De
lectura imprescindible, Non-Stop (1958), traducida al castellano como La
nave estelar, fue la primera novela publicada por Brian W. Aldiss, por
aquel entonces un prometedor y ambicioso joven empeñado en hacerse un nombre en
el siempre marginal y minoritario mundillo famdomita. Aldiss, espoleado por el
estancamiento que se había producido en la literatura de ciencia ficción -reducida
en los últimos años a una repetición de ideas y estereotipos que perduraban sin
variaciones significativas desde los años 30- comenzó a experimentar con
relatos que se movían en los lindes de la ciencia ficción clásica y la
incipiente deriva del New Wave, nombre con el que se conoce la huída hacia
adelante que impulsó desde el Reino Unido un grupo de escritores pastoreados
por Michael Moorcock desde la dirección de la revista New Worlds, por donde pasaron plumas tan
conocidas hoy día como las de J. G.
Ballard, John Brunner o el mismo Aldiss, sin olvidar las aportaciones
psicotrópicas del propio Moorcock.
Por desgracia, a los mencionados nuevos valores literarios que despuntaban por la Inglaterra de los años 60, los escenarios y personajes que habían marcado la ciencia ficción hasta esos momentos les parecían caducos e irrelevantes, por lo que decidieron dar un giro de 180º al género repudiando la temática general que hasta ese momento habían explorado los autores consagrados en la Edad de Oro, como por ejemplo la especulación científica -elemento nutricional básico que había sustentado en gran medida a la ciencia ficción- para centrarse en otros elementos, ajenos hasta ese momento a las características que definían el género de la ciencia ficción, como por ejemplo en los conflictos internos de los personajes, en su mayoría atormentados por la certeza de saberse diferentes al resto, o bien creando tramas en las que se desarrollaban las transformaciones que se originarían en la sociedad a raíz de los nuevos avances técnicos que nos invadían; sin olvidar el socorrito tema del contacto con civilizaciones extraterrestres o, en una línea más apocalíptica, el nuevo mundo que surgiría después de un cataclismo que fulminara a buena parte de la humanidad.
Por desgracia, a los mencionados nuevos valores literarios que despuntaban por la Inglaterra de los años 60, los escenarios y personajes que habían marcado la ciencia ficción hasta esos momentos les parecían caducos e irrelevantes, por lo que decidieron dar un giro de 180º al género repudiando la temática general que hasta ese momento habían explorado los autores consagrados en la Edad de Oro, como por ejemplo la especulación científica -elemento nutricional básico que había sustentado en gran medida a la ciencia ficción- para centrarse en otros elementos, ajenos hasta ese momento a las características que definían el género de la ciencia ficción, como por ejemplo en los conflictos internos de los personajes, en su mayoría atormentados por la certeza de saberse diferentes al resto, o bien creando tramas en las que se desarrollaban las transformaciones que se originarían en la sociedad a raíz de los nuevos avances técnicos que nos invadían; sin olvidar el socorrito tema del contacto con civilizaciones extraterrestres o, en una línea más apocalíptica, el nuevo mundo que surgiría después de un cataclismo que fulminara a buena parte de la humanidad.
Aldiss, en La nave estelar, avanzaba buena parte de los cambios en el género amparándose en una serie de recursos estilísticos que, en buena medida, cambian la estética literaria empleada hasta el momento por los autores forjados en la Edad de Oro, mucho más lineal y simplista, en la que el diálogo entre escritor y lector no incluía una “negociación” a la hora de interpretar las intenciones que el autor quería reflejar en el texto. Hasta ese momento los Vance, Farmer o Heinlein de turno se lo daban todo al lector bien “mascado” y a medio digerir, sin exponerlo en demasía a ambigüedades o interpretaciones “metafísicas”. Así pues, será a partir de la irrupción de los acólitos del New Wave el momento en el que el resultado final, es decir, el texto resultante, se presentará en la mayoría de ocasiones como algo inacabado desde el momento en el que es vital la interpretación del lector para llegar a una resolución más o menos aproximada a lo que el autor (la mayoría de ocasiones cocido en LSD y otras hierbas) había querido expresar. La nave estelar, pese a estar totalmente imbuida de ese afán “revolucionario” que guiaba la mano de Aldiss con la firme intención de reorientar el fondo y la forma de lo que hasta ese momento había sido la ciencia ficción, todavía conserva en buena medida las características de lo que había sido un género de evasión, heredero de las modestas pretensiones de los pulp, aderezados por parte de Aldiss con un amplio muestrario de lo que serían sus temas recurrentes: el despertar de la naturaleza y la decadencia del ser humano, confinado éste en un mundo cerrado en el que sobrevive con dificultad; también es imporante en el decálogo argumental de Aldiss la inclusión de sociedades que habían perdido la memoria de su pasado, materia que desarrolló, además de en la obra que nos ocupa, en narraciones como Invernadero (1962) y Barbagrís (1964).
El
escenario elegido por el autor para amasar los ingredientes citados es una de
las temáticas más gastadas dentro de la ciencia ficción: las naves
generacionales. Este lugar común dentro del género, al que han recurrido
plumas tan destacadas como las de Robert A. Heinlein en Huérfanos del
espacio (1963) -un fix-up compuesto de dos novelas cortas publicadas
con anterioridad, Universe (1941) y Common Sense (1941)-, o la
magnífica Rito de paso (1968), recientemente publicada en Alamut, y, por supuesto, La
nave (1959) de Tomas Salvador, una de las obras más destacadas de la ciencia ficción en castellano. De las anteriormente citadas, La nave
estelar es deudora directa, en cuanto a la puesta en escena de personajes y
argumento, de Universe, en la que el maestro Heinlein nos mostraba a los
embrutecidos descendientes de la tripulación de la nave generacional Vanguard,
sobreviviendo en un entorno cerrado y artificial del que han olvidado su
propósito y naturaleza, perdiendo en ese proceso de degradación toda la cultura
y tecnología que había convertido a sus ancestros en seres evolucionados.
Los trazos con los que Aldiss dibuja a su protagonista, Roy Complain, están muy alejado de los estereotipos del héroe literario (en consonancia con las nuevas formas promulgadas por la New Wave). Complain está sujeto a las pasiones y miserias humanas, mostrándose como un ser rencoroso y lleno de mezquindad -como sin duda lo somos todos cuando estamos expuestos a determinadas circunstancias- que tenía como ocupación la de proveer de caza a los miembros de su tribu. Los miembros de esta tribu, los Green, son descritos por Aldiss como “seminómadas, puesto que eran incapaces de desarrollar cultivos adecuados y de criar animales domésticos”. Los Green son una de las muchas hordas que sobreviven en el interior de la gran nave, reducidas a un estado involutivo propio del paleolítico. Sus vidas son un continuo deambular por las numerosas estancias que componen su mundo en busca de alimentos siendo su principal alimento lo obtienen de las plantas procedentes de los cultivos hidropónicos que ya hacía tiempo que habían escapado al control de los tripulantes para convertir el interior de la nave en una espesa y asfixiante selva.
Los trazos con los que Aldiss dibuja a su protagonista, Roy Complain, están muy alejado de los estereotipos del héroe literario (en consonancia con las nuevas formas promulgadas por la New Wave). Complain está sujeto a las pasiones y miserias humanas, mostrándose como un ser rencoroso y lleno de mezquindad -como sin duda lo somos todos cuando estamos expuestos a determinadas circunstancias- que tenía como ocupación la de proveer de caza a los miembros de su tribu. Los miembros de esta tribu, los Green, son descritos por Aldiss como “seminómadas, puesto que eran incapaces de desarrollar cultivos adecuados y de criar animales domésticos”. Los Green son una de las muchas hordas que sobreviven en el interior de la gran nave, reducidas a un estado involutivo propio del paleolítico. Sus vidas son un continuo deambular por las numerosas estancias que componen su mundo en busca de alimentos siendo su principal alimento lo obtienen de las plantas procedentes de los cultivos hidropónicos que ya hacía tiempo que habían escapado al control de los tripulantes para convertir el interior de la nave en una espesa y asfixiante selva.
2 comentarios:
No he leído nada de él, pero después de leer el artículo... me estoy planteando la posibilidad de iniciarme :D
Un abrazo
Me gustó mucho éste libro, la parte técnica le falla mucho, pero la historia lo compenza con creces.
Saludos!!!
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