viernes, septiembre 28, 2012

CATHERINE L. MOORE - Northwest Smith

El hombre ya había conquistado antes el espacio. Podéis estar seguros de ello. En algún lugar, antes de los egipcios, en esa oscuridad de donde surgen los ecos de nombres semi-míticos — la Atlántida, Mu , en algún tiempo anterior a los primeros balbuceos de la Historia tuvo que existir una era en que la humanidad. […] Hay demasiados mitos y leyendas para que lo pongamos en duda”. Con estas palabras inicia Catherine L. Moore Shambleau, uno de los doce cuentos escritos en el periodo 1934-1938 para la revista Weird Tales. El protagonista que da nombre a la recopilación es Northwest Smith, arquetipo del aventurero del espacio que tanto se ha explotado en las buenas (y malas) novelas de la Edad Dorada de la Ciencia Ficción, además de ser considerado el embrión del que más tarde George Lucas extraería a Han Solo, uno de los personajes más emblemáticos de la mítica Star Wars . La propia C. L. Moore explicaba el proceso de "alumbramiento" del personaje, pensado en un primer momento como un rudo vaquero que tendría su hábitat natural en un "Oeste muy, muy salvaje". Así habría sido, pero un buen día se cruzó en la vida de la autora un ejemplar de la revista Amazing Stories, "en cuya portada aparecían hombres de seis brazos empeñados en una lucha a muerte"; en esos momentos, según cuenta la propia Moore, un nuevo campo de la literatura se abrió ante su mirada llena de admiración, y el impulso que la llevó a imitar esas historias fue irresistible.

Tras la epifanía que llevó a C. L. Moore al lado oscuro, es decir, al  género fantástico, tomaría como guías para componer sus propias narraciones el estilo y argumento de sus escritores favoritos. De esta manera, en el párrafo inicial de Shambleau ya se dejan entrever los caminos por los que iban a transitar las andanzas de Northwest Smith, privilegiado habitante de un universo en el que tomaban cuerpo las más delirantes y terroríficas criaturas que Lovecraft podía haber imaginado y que su buena amiga Catherine haría suyas. Y es que uno de los grandes atractivos que presenta esta recopilación de relatos son los "horribles y depravados engendros" a medio camino entre dioses todopoderosos y sanguinarios monstruos surgidos de lo más profundo del infierno; seres que fueron integrados en el imaginario de muchas culturas como mitos que remitían a un terror ancestral de los que ya se habían perdido en el olvido su génesis y su razón de ser , ni el de las razas más antiguas que la propia humanidad que adoraba a estas deidades y que todavía sobrevivían en recónditos paisajes del Sistema Solar, habitando las desoladas ruinas de ciudades cuyos nombres hace eones que se han olvidado para la mayoría de los mortales, perdurando para unos pocos en forma de leyendas que avisaban del horror que se ocultaba entre sus muros, ya estuvieran estas entre la asfixiante vegetación de las selvas de Venus o en los áridos y polvorientas llanuras de Marte.

Con estos antecedentes no es difícil discernir que C. L. Moore pertenece por derecho propio al llamado Círculo de Lovecraft; un grupo de escritores pulp que tenían como principal referencia los mitos creados por el escritor de Providende, con el que además de gustos literarios, Moore compartía una estrecha amistad que empezó gracias a la mutua admiración que sentían el uno por el trabajo del otro y que cultivaron de manera epistolar durante años. Además de Lovecraft y Moore, entre este grupo de escritores se incluían nombres tan conocidos como Robert E. Howard, creador de Conan, icono de la Sword & Sorcery o de historias más al uso como Almuric; Frank Bernald Long, Arthur Machen, Abraham Merritt y Henry Kuttner, con quien se casaría Moore y al que ofrecería su saber y buen gusto literario quedando ella en un discreto segundo plano, totalmente inmerecido por la gran calidad de sus escritos.

La recopilación de los cuentos de Northwest Smith fue editada por la mítica colección Ultima Thule  (Anaya, 1992-1996) bajo la batuta de Javier Martín Lalanda, quien además de traducir la totalidad de los relatos que componen la recopilación, escribió el prólogo de la misma, en el que de una manera clara, concisa y amena nos adentra en la vida y obra de Catherine L. Moore.  Y para que la información sobre esta autora sea completa, en Jirel De Joiry (1934-1939), otra excelente recopilación de relatos de C. L. Moore también traducida y editada por Martín Lalanda en la misma colección, en la parte final, incluye un interesante apunte autobiográfico a modo de posfacio en el que la autora nos cuenta cómo se inició en el mundo narrativo, apuntando la devoción que sentía por los escritos de Lovecraft y Robert E. Howard, de su educación a base de "una dieta a base de mitología griega y de los libros escritos por Edgar Rice Burroughs". Unas referencias que aparecen claramente en Northwest Smith.

Los relatos protagonizados por Northwest Smith tienen una estructura y argumento muy similar. Los puntos comunes en todos ellos son, en primer lugar, el encuentro inicial con una mujer de portentosa y exótica belleza que incitará a Smith a emprender una peligrosa aventura en la pondrá en juego algo más que su vida; otro de los elementos recurrentes es el paso a otras dimensiones o mundos lejanos gracias a puertas u objetos de gran poder capaces de trasportar a nuestro héroe a lugares dominados por antiguas y malévolas razas arcanas, en los que habitan seres de horrible presencia y de gran poder cuyo origen se pierde en "la noche de los tiempos", como por ejemplo en el relato La ninfa de la oscuridad (1935) donde Nyusa, la bella joven con la que se encuentra Northwest, tiene la facultad de abrir las puertas a una dimensión de la oscuridad en la que habita su padre, el mismo  Dios de la Oscuridad, adorado por extraños seres de una antigua y maligna raza. La mayoría de estos seres o razas no humanas practican algún tipo de vampirismo respecto al hombre, como por ejemplo el clásico de tipo hematófago que aparece en Julhi (1935), en el que la bella Apri, sirve de puente con otro mundo desde el que llegan seres que se alimentan de sangre. Con un guión idéntico al descrito anteriormente se desarrolla El Frío Dios Gris (1935), un cuento que trascurre en la ciudad marciana de Righa, lugar en el que Northwest es abordado por Judai de Venus, una joven de gran belleza que lo empujará a una nueva aventura en la que gracias a una extraña caja adornada con unos extraños signos capaz de abrir la puerta a la dimensión que habita el Dios Gris, una malvada y antigua deidad marciana.

Entre los distintos tipos de vampirismo, el que mejor desarrollado está es el de la absorción de sueños y energía vital que practica un  ser emparentado con la mítica Medusa de la mitología griega al que los nativos marcianos llaman Shambleau, y del que Northwest cae preso de sus encantos; sin duda Shambleau (1933) es el más logrado y conocido de los cuentos que integran esta recopilación, integrando en la "mujer-vampiro" todas las particularidades propias de los personajes femeninos que persiguen y comprometen la integridad física de Smith, y que se caracterizan por la mezcla de exotismo sensualidad de unas mujeres que atesoran una belleza casi irreal, llenas de un misterio que parece ocultar el halo de pecado y peligro que las hace irresistiblemente seductoras, atrayentes y fatales; unas mujeres cuyo epítome físico nos lo dejó el pintor simbolista Franz Von Stunz en su obra  El pecado (1895), en el que hace una acertada representación de la femme fatale llevada hasta sus últimas consecuencias.

En contraposición a la sutileza parasitaria de Shambleau, el más prosaico de estos vampirismos es el que aparece en El árbol de la vida (1936), en el que nuestro héroe se las verá con Thag, un ser con forma de árbol que, al igual que las sirenas con las que se tuvo que enfrentar Ulises en la Odisea, hipnotiza y somete a los hombres para devorarlos y alimentarse de su carne. Pero si tengo que elegir entre uno de los cuentos que Moore dedica a las distintas formas de vampirismo, sin duda me quedo con el relato Sed Negra (1934), que empieza con el preceptivo argumento estandarizado en el que Northwest encuentra a una mujer de singular atractivo que lo conduce a enfrentarse con antiguos dioses de un panteón ya olvidado; a partir de aquí, la historia va profundizando en una forma de vampirismo en la que el fluido vital que sirve de alimento es la propia belleza física de la mujer; el ser que se alimenta de esta extraña energía que genera la belleza lleva siglos "criando" las mujeres más hermosas del universo en un siniestro castillo en el que guarda para su contemplación, disfrute y alimento a féminas poseedoras de una belleza que haría enloquecer a cualquier hombre que las contemple apenas unos segundos.

Como vemos los cuentos de Catherine L. Moore no destacan por la pluralidad en sus planteamientos. Su principal virtud está en su cuidado lenguaje, necesario para construir el barroquismo de los escenarios en los que se mueve Northwest Smith, y la catarata de sensaciones y sentimientos que surgen ante la contemplación de seres "alejados de la comprensión humana, venidos de más allá del tiempo y del espacio". El buen trato literario que ofreció a los relatos que publicó en una modesta revista de corte fantástico, convierte a Moore en una rareza dentro del panorama de los relatos pulp, concebidos estos como una forma de entretenimiento fácil de digerir por un lector que buscaba diversión sin complejidades estilísticas ni argumentales. No obstante, Moore, escritora de formación autodidacta en un primer momento, al profundizar en su vocación literaria no dudo en formarse académicamente en la universidad de Illinois, llegando a realizar un doctorado en literatura inglesa, recopilando en este proceso de aprendizaje las herramientas necesarias para convertir su obra en una prolongación de las obras románticas y simbolistas del siglo XIX. Y es que en Moore, al igual que en Lovecraft, Lord Dunsany y tantos otros pre-frikis del momento, buscaban en sus escritos recrear un mundo en el que tuvieran cabida un tipo de estética con la que ellos se sentían identificados y comprometidos.

Ateniéndonos a todo esto, no podemos pensar que Moore tan sólo se limitó a escribir una serie de historias más o menos terroríficas, sino que en ellas, por modestas que puedan ser, se pueden encontrar reminiscencias de todas y cada una de las características fundamentales del Simbolismo; un movimiento que surgió como una reacción literaria en contra del Naturalismo y el Realismo decimonónico y de sus preceptos anti-idealistas que relegaban al olvido la espiritualidad, la imaginación y los sueños, es decir, todo aquellos que reivindica la literatura de género. En su obra, Moore busca vestir las ideas, por repetitivas que estas puedan parecer, de intenciones metafísicas mediante el uso del lenguaje como el instrumento que enlazará "las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual", expresadadas mediante las múltiples puertas dimensionales que llevan a otras realidades en forma de mundos oníricos o de pesadilla. Para lograr esta unión entre lo real y lo imposible, Moore utiliza mecanismos estéticos como la sinestesia, consistente en mezclar varios sentidos en la descripción de los entornos bizarros que explora con su prosa: sus personajes oyen los colores, pueden ver los sonidos o, yendo un poco más allá, son capaces de percibir el sabor de un ser u objeto con tan sólo tocarlo. Buena  muestra de este trabajo sensorial con las palabras lo tenemos en El color que cayó del espacio (1927), uno de los mejores relatos del otro célebre escritor simbolista, H. P. Lovecraft.

Fiel a esta conjunción de elementos sacados de la tradición literaria romántica y a la influencia de las revistas pulp, Moore desarrolló un estilo metafórico en el que integra los diferentes vehículos de trasmisión del conocimiento en forma de anomalías que alteran la conciencia, ya sea mediante sueños que adquieren tintes surrealistas (Shambleau, El sueño escarlata) o por medio de la acción de un narcótico, ingerido éste en forma de alcohol o drogas, para inducir diversos estados alterados de conciencia. Un tipo de recurso que ella emplea, al igual que el resto de escritores simbolistas, en su primordiar afán de descifrar el mundo, al entender que éste oculta una realidad que tan sólo ellos pueden ver, actuando como un tipo de médium que pueda traducir al común de los mortales aquello que está más allá de su vista y comprensión, en este caso un pasado prehumano que todavía mantiene lazos con el presente. Los procedimientos técnicos que emplea Moore para alcanzar esta meta se fundamenten en la representación de una realidad mostrada de forma disgregada e inaprensible en la mayoría de casos. Esta pérdida de la realidad convierte el mundo en el que la autora mueve sus personajes en un caos construido gracias a la ficción metafórica propia de la modernidad, en la que el texto sustituye la realidad empírica, colocando situaciones y personajes "destextualizados" (los propios de la tradición homérica que aparecen en relatos como Shambleau o Yvala) para que el lector tenga claro que son inventados; dentro de todos estos elementos narrativos con los que juega la autora, hay que incluir las múltiples metáforas estructurales que recurren a saltos temporales, ya comentados anteriormente, y cambios en los personajes  por medio de proyecciones a otras dimensiones o realidades habitadas por seres de una naturaleza incomprensible (Sueño escarlata, Julhi, La ninfa de la oscuridad), con los que se multiplica el sentimiento de realidad fragmentada.

Moore siempre me ha parecido una de las plumas más brillantes de todo el grupo que se originó alrededor o a la sombra de H. P. Lovecraft. Lamentablemente, el papel secundario que le toco ejercer tras su matrimonio con Henry Kuttner nos habrá privado de un buen número de relatos y novelas de gran calidad. No obstante, gracias a la labor de recuperación de clásicos del pulp americano que vienen realizando dos meritorias editoriales como La Biblioteca del Laberinto y Los libros de Barsoom, en las últimas fechas han salido a la venta El mundo sombrio (1946) y La criatura de allende del infinito y otros relatos lovecraftianos, en las que, a pesar de estar firmadas por Henry Kuttner, se puede apreciar con claridad la mano de Catherine entre sus páginas. Sin duda dos obras de lectura imprescindible.

viernes, septiembre 21, 2012

ERIC FRANK RUSSELL - Barrera siniestra

El británico Eric Frank Russell se estrenó en el mundillo literario con Barrera Siniestra (1939). La novela está construida sobre una buena idea, a lo que hay que sumar que Russell tenía un saber hacer literario muy por encima de la media si lo comparamos con el resto de escritores semiprofesionales que se fogueaban en los pulp americanos. Pese a todas estas bondades, con la visión de un lector actual la historia que nos cuenta nos parece mejorable en cuanto a la forma de abordarla, ya que como la mayoría de escritores de su generación Russell encorsetaba sus escritos en una estructura narrativa poco flexible con la que no pudo sacar todo el partido posible a la idea sobre la que se asienta Barrera Siniestra: la esclavitud del hombre a manos de una inteligencia superior de la que ni tan siquiera conocemos su existencia. Hoy día, la novela se habría escrito de otra manera; no habría habido un personaje principal sobre el que recae toda la acción sino que se habrían desarrollado mucho mejor la narración mediante varios hilos argumentales con los que no habrían quedado colgados muchos acontecimientos de interés para la resolución de la trama ante la imperiosa necesidad que sentía el autor (y las modas literarias del momento) de no apartar ni un momento la “cámara” del principal protagonista. No obstante, el resultado final no es nada desdeñable; sobre todo si tenemos en cuenta que en el momento de publicación de esta novela el género estaba prácticamente naciendo. Y es que Barrera Siniestra se publicó en el primer número de la emblemática revista Unknow, el correspondiente a marzo de 1939, elegida expresamente para este honor por el editor John W. Campbell, toda una papeleta que solventó con gran dignidad.

Uno de los puntos fuertes de la novela es la solidez en los argumentos científicos en los que se apoya la narración, reforzándola con una pátina de credibilidad de la que adolecían la mayoría de textos publicados en las revistas dedicadas a la ciencia ficción; junto a esta base científica, hay que tener en cuenta su condición de pionera a la hora de proponer la idea de que la raza humana está sometida por una oculta inteligencia extraterrestre, convirtiéndose en un referente argumental del que han bebido  la mayoría de los  grandes maestros de la ciencia ficción, como por ejemplo Robert A. Heinlein quien no duda en toma prestado parte del argumento original que puso en práctica Russell para crear su propia invasión alienígena en Amos de Títeres (1951), eso sí, previo paso por su peculiar decálogo anticomunista. En este mismo apartado de invasiones alienígenas como tapadera de una feroz crítica contra el bloque comunista en plena Guerra Fría podemos incluir La invasión de los ladrones de cuerpos (1954), escrita por Jack Finney y adaptada con gran éxito a la gran pantalla por el director John Siegel.

La génesis de la novela, según contó el propio Russell, se debe a una conversación que mantenía con varios amigos en la que se preguntaban sobre la posibilidad de vida inteligente en otros mundos y, dando un paso más allá en el tema, cuestionarse si razas más avanzadas tecnológicamente nos hayan visitado ya, a lo que uno de los participantes en el debate apuntó la posibilidad de que ya estén aquí y “nos tengan en propiedad”. El curioso individuo que formuló esta teoría que tanto impresionó a Russell no fue otro que Charles Fort, un curioso personaje que a principios del siglo XX se dedicó a coleccionar todo tipo de objetos extraños que tuvieran una cierta relación con visitantes del espacio o, simplemente, con fenómenos paranormales, llegando a crear un asociación que englobaba a muchos de los “creyentes” en este tipo de casos de difícil explicación bajo el nombre de Fortean Internacional Society, en la que estuvieron involucrados el editor John W. Campbell y el propio Eric Frank Russell.

De resultas de tan bizarro encuentro, Russell comenzó a escribir Barrera Siniestra bajo la influencia de las palabras de  Charles Fort, de resulta de lo cual la novela presenta un argumento en el que la raza humana está siendo parasitada por los Vitones, unas invisibles bolas de energía que flotan en la atmósfera, capaces de dominar la mente y el cuerpo de los hombres para que estos actúen de manera violenta, procurándoles su más preciado alimento: el dolor y la angustia humana. La presencia de estos seres sólo es visible gracias a una rara combinación de productos químicos. Pero en algún momento se produce esta extraña mezcla en algún experimento y es descubierta por un científico que lo comunica a varios colegas. La extraña muerte de estos científicos, muchos de ellos eminencias mundiales, pone en alerta a los gobiernos del mundo que creen que algo turbio se oculta tras ellas. 

El protagonista de la acción es Bill Graham, un oficial de enlace entre el gobierno de los Estados Unidos la comunidad científica. Bill es testigo de la extraña muerte de un importante científico, aparentemente un suicidio, pero al revisar los objetos personales y las dependencias del fallecido comienza a sospechar de la existencia de una obscura trama que pretende acabar con los cerebros más brillantes del mundo. A partir de aquí se precipitarán los acontecimientos de tal manera que llevarán a Bill Graham junto a Art Wohl, el policía que lo ayuda en todo momento, a adentrarse en una trama policial y científica que terminará con el enfrentamiento final con los vitones, no sin antes padecer todo tipo de penurias, incluida una guerra mundial contra el bloque asiático dominado mentalmente por los terroríficos alienígenas.

El título de la novela, Barrera Siniestra, hace referencia a las limitaciones de ser humano para percibir lo que le rodea, con lo que el universo en sí se le aparece como algo misterioso y difícil de comprender ante la barrera que representan los pobres sentido con los que percibimos el mundo; esas limitaciones son la barrera siniestra que no permite al ser humano ver cómo ha estado sometido a la voracidad de los vitones desde hace milenios, concluyendo que "si las puertas de la percepción se limpiaran cada cosa se aparecería al hombre tal y como es: infinita".

La novela se deja leer con facilidad pese a que ya tiene unos años. Entre sus páginas se percibe el buen hacer de Russell quien, como ya vimos en Tres que capturar, mantiene un buen rito narrativo con grandes dosis de imaginación e inteligencia, además de empezar a dejar lo que más tarde se consideraría su sello personal: el sentido de la crítica hacia el poder y la burocracia que representan los gobiernos y su especial predilección por los héroes individualistas, muy al estilo Heinlein, que permanecen al margen de la sociedad en un escalón superior.

En resumen, Barrera Siniestra es una novela que merece la pena ser leída por lo bien construida que está, gracias a lo cual el tiempo la ha tratado con la delicadeza necesaria para que más de setenta años después de ser escrita conserve momento de gran frescura que proporcionan una lectura más que agradable.


ROBERT A. HEINLEIN - La desagradable profesión de Jonathan Hoag

No tengo costumbre de poner título a las reseñas que voy subiendo. De haber cultivado esa sana costumbre no tendría dudas del epígrafe con el que aparecería el presente comentario; vendría a ser algo así como  Heinlein, el hombre que quiso ser Dick. Y es que cuanto más e profundizo en la obra del genial y denostado maestro Robert A. Heinlien, más arraiga en mí la idea de que no pudo desarrollar la carrera literaria que hubiera deseado y se tuvo que conformar con amoldar su talento narrativo a lo que las editoriales le imponían, encasillándolo primero como un autor para adolescentes y más tarde como adalid de los valores deterministas de una sociedad americana en constante conflicto contra los peligros del exterior. Buena muestra de los derroteros que pudo seguir la obra de Heinlein la encontramos en La desagradable profesión de Johathan Hoag (1942)  una novela corta, casi primeriza que con el paso del tiempo y comparándola con el resto de lo que sería su producción, resulta un producto totalmente atípico dentro del universo literario creado por Heinlein. La novela vio la luz por primera vez en la revista Unknown Worlds, para unos años después, en 1959, dar título a una excelente recopilación de relatos entre los que destacan "... y construyó una casa torcida" (1941) y "Todos vosotros zombis" (1959), publicada en nuestro país por Martínez Roca hace ya unos años.

Decía lo de atípica por la insólita mezcolanza de influencias literarias y parecidos razonables con otros autores que se dan cita en esta novela. En cuanto a este último apartado, se nos viene a la cabeza la innegable semblanza que mantiene con la obra de Philip K. Dick, pese a que Heinlein escribió esta historia 20 años antes de que Dick debutara como escritor. La novela de Heinlein se centra -como lo harían muchas otras narraciones surgidas en la corriente del New Wave- en la alienación del individuo sometido a los obscuros designios de autoritarios gobiernos en la sombra que, como en la vida real, funcionan como los auténticos amos del mundo; en la novela, la información nos llega al lector a través de personajes sometidos a diversos estados alterados de conciencia, incapaces la mayor parte del tiempo de distinguir entre realidad y fantasía, con lo que Heinlein nos invita a participar en un juego en el que el final lo terminaremos de escribir nosotros, los lectores, según nuestros propios impulsos y sensaciones. Teniendo en cuenta toda esta carga de profundidad inlcluida en la trama, no termina de encajar la imagen que se ha creado de Heinlien y su apología del militarismo más fascistoide con la realidad que nos explota en la cara al leer la creación del por entonces un bisoño escritor de ciencia ficción, que en plena Segunda Guerra Mundial, justo cuando los avatares de la sociedad americana estaban más próximos a la exaltación del patriotismo, se dedicaba a escribir un tipo de historias que iban en contra de lo que se demandaba. ¿Por qué no aprovechaba Heinlein los vientos favorables a sus supuestos ideales militaristas y se decantaba por presentarse como un outsider dentro del panorama de la literatura de ciencia ficción?

Pero dejemos momentáneamente las disquisiciones sobre Heinlien y sus ideales para centrarnos brevemente en los antecedentes de La desagradable profesión de Jonathan Hoag, una novela que se presenta como una acertada combinación de fantasía, misterio y surrealismo que sin duda bebe de clásicos que formaron parte del archivo textual de Robert A. Heinlein.Sin duda, la inspiración  necesaria para crear la pareja protagonista, un joven matrimonio de detectives, proviene de la prodigiosa mente criminal de Agatha Christie, en la cual se alumbraros sus célebres personajes Tommy Beresford y Prudence Cowley, protagonistas de Matrimonio de Sabuesos (1929), una recopilación de relatos en la que Tommy y Prudence se dedican a investigar de manera desenfadada los más extraños y misteriosos casos, un papel que en la novela de Heinlein desempeñan con notable acierto Ted y Cynthia Randall, los propietarios y únicos empleados de la agencia de detectives  Randall & Co,  cuyos servicios son requeridos por Jonathan Hoag para que sigan sus propios pasos y averigüen a qué se dedica profesionalmente, ya que él no  es capaz de recordar el tipo de actividades que desarrolla a lo largo del día; de esta parte de la trama surge la segunda influencia de peso que recibió Heinlein y que emparienta La desagradable profesión de Jonathan Hoag con Chesterton y su célebre novela  El club de los negocios raros (1905) en la que los hermanos Basil y Rupert Grant han de descubrir las profesiones de un grupo de personas pertenecientes a un singular club en el que para ser  admitido como socio deben haber inventado una "nueva y curiosa manera de hacer dinero", pero que también sea un tipo de trabajo que antes no existía.

Pese a lo dicho sobre lo alejado de la temática principal de la novela con los postulados habituales de Heinlein, en lo que no encontramos cambios es en su magistral manera de narrar, enriquecida si cabe por un  estilo mucho más atractivo gracias a los ágiles y alocados diálogos con los que está construido buena parte del texto. A este efecto ayuda la elección de los protagonistas: dos jóvenes desenfadados que poco tienen que ver con los arquetipos a los que recurre el maestro Heinlein para protagonizar sus novelas; también ayuda a este buen hacer en la narración los acontecimientos que se describen, los cuales necesitan una buena dosis de complicidad con el lector para transitar por los distintos pasajes de la novela, a cada cual más surrealista.

La novela en sí comienza con un misterio: ¿Qué son las extrañas manchas rojizas que Jonathan Hoag tiene bajo las uñas? El médico al que Hoag encarga analizar la sustancia que atesoran sus cuidadas uñas termina por echarlo de su consulta en cuanto comprueba el resultado de los análisis. Todo esto no es más que un mcguffin que Heinlein utiliza para rodear de una pátina de misterio y de incertidumbre la reflexión que hace el propio Hoag sobre su vida, en la que éste descubre horrorizado la total ausencia de memoria sobre su vida cotidiana: no sabe de qué trabaja ni dónde. El descubrimiento empuja a Hoag hacia una agencia de detectives de segunda fila regentada por un joven matrimonio tan falto de dinero como sobrado de ideales. Este será el inicio de una sucesión de escenas delirantes que convertirán lo que en apariencia era un caso fácil en una compleja trama en la que la pareja de detectives ve seriamente amenazada su vida. Los primeros indicios de que no estaban ante un caso convencional los encuentran cuando siguen a Hoag hasta lo que creen que es su puesto de trabajo en la empresa de tallado de piedras preciosas Detheridge & Co, situada en la planta trece de un moderno edificio de oficinas, para a continuación percatarse de que la empresa de tallado de piedras preciosas no existe, y lo que es más extraño aún, el piso trece en la que esta situada no existe en ese edificio, pasando desde la planta doce a la catorce para evitar supersticiones. A partir de aquí todo empezará a ir de mal en peor para la  pareja de investigadores que se verán  hostigados por una extraña secta de adoradores de un ser que ellos llaman el Gran Pájaro, el ser primordial que creó el universo y todos los seres que en él habitan. Estos personajes, capaces de desplazarse por los espejos, apareciendo y desapareciendo de cualquier lugar o vivienda que disponga de un espejo normal y corriente. Este extraño grupo persigue a Hoag para matarlo al entender que es la encarnación del mal y el máximo enemigo de su deidad, el Gran Pájaro. De aquí al final sabremos qué hay de verdad en todo esto y quién es en realidad Jonathan Hoag.

La desagradable profesión de Jonathan Hoag nos mostrará un Heinlein diferente al denostado militarista de ultraderecha que muchos creen que era. Y posiblemente fue así, un hombre marcado por los avatares de su tiempo al que le fue negada la posibilidad de poner negro sobre blanco otra cosa que no fuera lo que vendía en esos momentos: novelas para adolescentes proyectadas con el fin de publicitar la carrera espacial emprendida por los Estados Unidos o bien otro tipo de historias con un trasfondo más político que literario. Sobre este asunto ya comenté en la entrada que dediqué a Podkayne of Mars (1963) el enfado de Heinlein por no poder terminar la novela como él hubiera querido al tener que doblegarse a los designios de la editorial que le encargó la novela; también es sabido el sustancial recorte que sufrió Amos de Títeres (1951), pasando de un original que constaba de 96.000 palabras a un resultado final de 60.000 después de que la editorial metiera la tijera para rebajar la considerable carga sexual que había en la novela, con el evidente y comprensible enfado del maestro Heinlein.  ¿Qué quedó por el camino en todas estas divergencias con la editorial? Pues con toda seguridad buena parte de la esencia primigenia de la obra que no pudo ser recuperada hasta 1990 con la publicación de una edición ampliada (no completa) que contenía el material suprimido en la versión publicada en 1951, aunque esta versión recuperada seguía sin ser del todo fiel al original, mucho más subido de tono en cuanto al tratamiento de la sexualidad que en ella se hacia. Por ejemplo, en la edición original de Amos de títeres  los humanos poseídos por alienígenas, en cuanto descubrían la sexualidad humana se embarcaban en salvajes orgías, retransmitiéndolas en vivo por televisión, sin olvidar el recorte y modificación que sufrieron las costumbres de algunos de los personajes originales, como el agente Sam, con un comportamiento más desinhibido en cuanto a sus “relaciones” personales con las féminas. Un desenfreno que puede recordar al celebre cuento de Boris Vian El amor es ciego, incluido en la recopilación El lobo-hombre (1952) en el que una extraña niebla convertía a todo aquel que entraba en contacto con ella en ardorosos amantes que no dudaban en practicar sexo en cualquier lugar y con cualquier persona con la que se cruzaban, de la misma manera que lo hacían en el original de la obra de Heinlein. De esta manera, Heinlein intentó un acercamiento a la sexualidad en el ámbito de la ciencia ficción mucho antes de que Farmer rompiera ese tabú con su aplaudida obra Los amantes (1952), publicada un año después de Amos de Títeres.

Como podemos ver Heinlein fue Farmer antes que Farmer  en cuanto al tratamiento del sexo explicito en sus obras. Y en La desagradable profesión de Jonathan Hoag podemos ver cómo Heinlein fue Dick antes que el propio Dick. De aquí vendría la enorme admiración que Heinlein tenía por Philip K. Dick y su obra, seguramente por verse reflejado en un escritor que dejó de lado la seguridad económica que le ofrecía plegarse a los designios de las grandes editoriales para dedicarse a escribir lo que sentía, aunque esto lo condenase a poco más que la indigencia. Heinlein no vivía de espaldas a la realidad económica que atravesó durante toda su vida Dick, y fue en muchos momentos el único apoyo económico con el que éste contaba para sobrevivir, tal y como lo explica el propio Dick en el prólogo de su recopilación de cuentos El hombre dorado (1980), en el que elogiando la actitud del maestro Heinlein dice: "hace varios años, cuando yo estaba enfermo, Heinlein me ofreció su ayuda, cualquier cosa que pudiese hacer, y no nos conocíamos; me telefoneaba para animarme y ver cómo me iba. Él quería comprarme una máquina de escribir eléctrica -que Dios lo bendiga- era uno de los pocos caballeros de verdad en este mundo. [...] hace varios años, cuando yo estaba enfermo, Heinlein me ofreció su ayuda, cualquier cosa que pudiese hacer, y no nos conocíamos; me telefoneaba para animarme y ver cómo me iba. Él quería comprarme una máquina de escribir eléctrica -que Dios lo bendiga- era uno de los pocos caballeros de verdad en este mundo". No tengo dudas sobre quien fue para Heinlein su autor preferido durante la última etapa de su vida, ni de la emoción que sentiría cada vez que llegaba a sus manos uno de los cuentos escritos por Dick, muy similares a los que él hubiera escrito de haber nacido unos años más tarde, cuando el mundo era diferente.


Por último, un breve apunte sobre La desagradable profesión de Jonathan y su inminente adaptación a la pantalla grande de la mano del director Alex Proyas, quien se encuentra en pleno rodaje de una adaptación de esta obra de Heinlein que, según cuentan en algunas web dedicadas al séptimo arte, se estrenará en algún momento del 2013. Esperemos que la película esté a la altura de la novela.

jueves, septiembre 20, 2012

H. P. LOVECRAFT - El color que cayó del cielo

 El color que cayó del cielo (1927) es uno de los mejores y más afamados cuentos escritos por Lovecraft gracias a su medida y acertada mezcla de ciencia ficción y terror. Dos géneros hermanos que se desarrollan en perfecta simbiosis bajo la magistral batuta del genio de Providence, proyectándose sobre el lector con la fuerza añadida de un barroco lenguaje hiperadjetivado que en este caso no es un superfluo elemento ornamental, sino un recurso imprescindible para poder describir con precisión de cirujano la sutileza que representa elevar el mayor de los horrores cósmicos a un color, una criatura extraterrestre que está más allá de la compresión humana  y que devora de manera implacable la razón y la vida de una familia de campesinos de la Norteamérica profunda, convirtiendo la tierra, la vegetación y la fauna del lugar en un retrato impresionista en el que las formas se diluyen ante la supremacía de los colores. En El color que cayó del cielo, el horror se define en forma de elementos cromáticos, una innovación literaria en el género de terror que tuvo una excelente recepción por parte del público, trascendiendo desde el ámbito literario al cinematográfico, incluso al televisivo, con diversas versiones y reinterpretaciones que lo han convertido en un tema clásico de la ciencia ficción y el terror, casi en un género en sí mismo.


El relato vio la luz por primera vez en el número de septiembre de 1927 de la mítica y pionera Amazing Stories, comandada en sus inicios por Hugo Gernsbanck, otro de los nombres míticos de la ciencia ficción y de los pulp americanos. Amazing, al igual que Weird Tales o Astounding, fueron algo más que un soporte para publicar relatos de terror o fantasía, fue el medio a través del cual se pusieron en contacto los primeros fans de este tipo de literatura, creándose lo que hoy llamaríamos una “red social” en la que compartían intereses y proyectos una pléyade de jóvenes escritores y de aficionados, logrando muchos de estos últimos dar  el salto a la categoría de autor gracias a la ayuda de las plumas ya consagradas en el mundillo pulp. De aquí surgirían vocaciones que llegarían a buen puerto, como la de Catherine L. Moore o Robert Bloch, y amistades duraderas como las que el propio Lovecraft cultivaría con genios como Robert E. Howard o Clark Ashton Smith, entre otros; pero si tenemos que destacar un "imitador" de la obra de Lovecraft en particular y de este relato en particular, hay que señalar a Henry Kuttner y su obra La criatura de allende el infinito (1940), editado recientemente en nuestro país por La Biblioteca del Laberinto como parte de la recopilación La criatura de allende el infinito y los relatos lovecraftianos. En esta obra Kuttner, al igual que Lovecraft, describe el mal como una entidad procedente de lo más recóndito del espacio exterior, algo vivo que no responde a las leyes generales de la física que absorbe de manera horrible la vida de todo tipo de seres vivos. En ambos casos, las extrañas formas de vida alienígena se presentan como seres que están más allá de una descripción  convencional; en el caso de Kuttner el mal es "una niebla anormalmente espesa" que acaba conviertiendo a las personas en "momias chamuscadas", mietras que Lovecraft lo describía como "un color frío y húmedo, pero que quema"

La génesis de The Colur Out of Space, escrito entre El caso de Charles Dexter Ward y los retoques finales del ensayo El Horror Sobrenatural en la Literatura, hay que situarlo en la inspiración que el propio Lovecraft dijo recibir al contemplar la construcción del embalse de Scituate en Rhode Island; teniendo como base una experiencia que, a la mayoría de los mortales nos parecería totalmente intranscendente, la imaginación de Lovecraft tomo cuerpo en forma de un nuevo tipo de terror en forma de color y se transforma en la voz narrativa que nos cuenta en primera persona los hechos que tuvieron lugar en un lúgubre paraje de Arkham, la ciudad imaginaria plagada de horrores que por derecho propio se ha ganado un lugar de mérito entre otras creaciones literarias como la Macondo de G. B. Márquez o el  ficticio condado de Yoknapatawpha que Faulkner utilizó como escenario para sus personajes.

El relato nos llega a través de un joven ingeniero encargado de realizar una serie de estudios del terreno en el que se tiene previsto construir un embalse. En uno de los reconocimientos que hace del lugar encuentra una zona extrañamente árida a la que los lugareños evitan. El lugar, conocido como el "erial maldito", es un paramo desolado en el que la vegetación no crece y el suelo presenta una rara tonalidad grisácea. Intrigado por la mortecina apariencia del lugar, el joven pregunta a un anciano del lugar, de nombre Ammi Pierce. El lugareño, a pesar de las reticencias iniciales, lo pone en antecedentes de los hechos que convirtieron la zona más fértil del lugar en el lugar de pesadilla en el que se ha convertido, y cómo los Gardner, la familia de campesinos que explotaban felizmente el lugar, tuvieron un final mucho peor que la muerte atacados por la locura y un extraña enfermedad que les deshacía la carne. Ammi cuenta cómo empezó todo el día que un meteorito cayó en las inmediaciones de la granja en el ya lejano año de 1882, cuando el viejo Ammi Pierce todavía era un hombre joven y fuerte. El extraño meteorito se comportaba de una manera extraña: no se termina de enfriar y  los análisis que le son realizados por tres científicos provenientes de la Universidad de Miskatonic (otra de las invenciones de Lovecraft) arrojan más misterio al asunto al no lograr equiparar el material que compone la roca del espacio con un material conocido. Nahum Gardner, propietario de la granja, fue  el primero en encontrar el meteorito, creyendo ver en un primer momento como extraño ser o color imposible de definir abandonaba la roca ígnea caída del cielo y se escondía en el cercano pozo de la granja.



Al año siguiente, con la llegada de la cosecha, comienzan a suceder una serie de extraños acontecimientos en la zona, teniendo su epicentro en la granja de la familia Gadner: los cultivos crecían de manera espectacular, como no lo habían hecho nunca , brillando extrañamente en la oscuridad al igual que la vegetación que circunda la zona próxima al pozo. Los frutos que nacían en las plantas tenían un tamaño desmesurado, previendo una cosecha espectacular, pero no los podían vender porque se pudrían y despedían un olor nauseabundo. Poco después la esposa de Nahum y sus hijos enloquecen y mueren de manera horrible por efecto de beber el agua del pozo; los animales de la granja y la fauna salvaje de la zona, sufren extrañas mutaciones y se vuelven violentas; incluso los árboles parecen cobrar vida presos de un instinto homicida que les hace dirigir sus ramas hacia todo aquel que esté próximo a ellos. Ante la gravedad de los sucesos que descubre, el ingeniero abandona la zona sin terminar el trabajo que le fue encomendado, dejando tras de sí la certeza de que aquello que provocó tal horror todavía permanece oculto en el pozo de la granja, alimentándose de la propia zona que, a cada año que pasa, crece un poco más, aumentando la desolación a una zona más amplia del terreno.

En sí, el relato presenta varios de los temas recurrentes de Lovecraft: la imposibilidad de escapar al destino que en este caso representa el desconocido horror procedente del espacio y la insignificancia del hombre en un universo que desconocemos por completo, expuesto a los caprichos y designios de la maldad de seres infinitamente superiores a la débil raza humana. Con trabajos como el presente, Lovecraft marcó un camino propio dentro del género de terror, apartándose de los trillados temas del vampiro, fantasma de todo tipo y satanismo al incorporar elementos hasta entonces tratados como elementos de ciencia ficción. En resumen, que por lo breve del mismo, siempre es recomendable volver de tanto en tanto a repasar un clásico fundamental de la literatura del terror y la ciencia ficción como es El color que cayó del cielo y compararlo con los infumables ladrillos sobre vampiros amanerados y zombis andrajosos que hoy día compone la "moderna" literatura de terror.
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