A la hora de comentar una lectura lo hago desde la
siguiente premisa: ningún escritor es ajeno a la tradición literaria del pasado
y del presente. Ni tan siquiera los denostados autores de ciencia ficción. Por
simple que pueda parecer una lectura cuya función primaria sea la de entretener
y hacer pasar un buen rato a un lector, en muchas ocasiones me he visto
sorprendido por el estilo empleado o por las influencias bajo las que se ha
escrito una obra que, repito, no tiene otro propósito editorial que satisfacer
a un lector que pretende pasar un buen rato con una historia ligerita en las
que primen la aventura, el misterio y la acción. Me resisto a expresar mi
parecer sobre una lectura como si ésta fuera parte de un ghetto narrativo en el
que no entra la luz de la tradición ni la de las vanguardias narrativas. No me
gusta caer en el simplismo de la endogamia dentro de la ciencia ficción; es
decir, pensar que las únicas relaciones de comparación es con otras obras o autores
de ciencia ficción, aunque en muchas ocasiones es así y no hay que buscar más
allá, por ejemplo, y para citar a uno de los últimos “talentos” del género,
tenemos el caso de John Scalzi y su constante homenaje a sus filias de
adolescente, como en El visitante inesperado (2011), que no es más que una
rescritura de Encuentro en Zarathustra (1962) de H. Beam Piper, o la penúltima
de sus creaciones, la inédita en castellano Redshirts (2012) en la que se mueve
por terrenos conocidos de Star Trek.
¿Y a que viene todo esto? Pues a lo difícil que resulta explicar que Farmer en una novela eminentemente alimenticia, muy alejada de sus grandes aportaciones al género como en Los amantes (1952), nos deja su particular visión de la Fenomenología del espíritu de Hegel, recreando la dialéctica del amo y el esclavo de una manera simplista pero eficaz, con el fin de que esta sirva como molde en el que ir encajando los tradicionales temas recurrentes que son su seña de identidad literaria: religión, sexualidad, inmortalidad y los diversos modos de interacción entre individuos de especies diferentes. No es la primera vez que me encuentro un referente de la filosofía moderna o contemporánea imbricado en el argumento de una novela de género; ahora mismo recuerdo la sorpresa que me produjo la lectura de Regreso a Belzagor (1970) y su más que evidente analogía –por raro que parezca- con la obra de Nietzsche, sin olvidar Agente del Caos (1967), segunda novela que publicó Norman Spinrad, en la que también explora la fusión entre relato de aventuras inscrito en un contexto de ciencia ficción con elementos de corte filosófico, en concreto con la Teoría de la entropía social de Gregor Markovitz, de la que se sirve como soporte en el que incluir el elementos central de su novela: la interacción entre Orden y Caos, representados estos dos factores como facciones enfrentadas en el seno de una organización social en plena crisis.
¿Y a que viene todo esto? Pues a lo difícil que resulta explicar que Farmer en una novela eminentemente alimenticia, muy alejada de sus grandes aportaciones al género como en Los amantes (1952), nos deja su particular visión de la Fenomenología del espíritu de Hegel, recreando la dialéctica del amo y el esclavo de una manera simplista pero eficaz, con el fin de que esta sirva como molde en el que ir encajando los tradicionales temas recurrentes que son su seña de identidad literaria: religión, sexualidad, inmortalidad y los diversos modos de interacción entre individuos de especies diferentes. No es la primera vez que me encuentro un referente de la filosofía moderna o contemporánea imbricado en el argumento de una novela de género; ahora mismo recuerdo la sorpresa que me produjo la lectura de Regreso a Belzagor (1970) y su más que evidente analogía –por raro que parezca- con la obra de Nietzsche, sin olvidar Agente del Caos (1967), segunda novela que publicó Norman Spinrad, en la que también explora la fusión entre relato de aventuras inscrito en un contexto de ciencia ficción con elementos de corte filosófico, en concreto con la Teoría de la entropía social de Gregor Markovitz, de la que se sirve como soporte en el que incluir el elementos central de su novela: la interacción entre Orden y Caos, representados estos dos factores como facciones enfrentadas en el seno de una organización social en plena crisis.
Pero que nadie se asuste, pese a que se puede hacer una lectura hegeliana
de El hacedor de universos (1965), primera entrega de la serie El
mundo de los niveles (1965-1993), también se puede disfrutar como una
novela de aventuras heredera de la tradición y esquema narrativo iniciado por
Edgar Rice Borroughs en Una princesa de Marte (1912), es decir, como
un Planetary Romance en toda regla. La saga de El mundo de los
niveles la componen un total de siete entregas, siendo las dos
primeras de ellas (las únicas publicadas en castellano) la nombrada El
hacedor de universos, publicada por Edhasa en su colección Nebulae (2º
época) y Los pórticos de la creación (1966), aparecida en el número 16
de la extinta revista Nueva Dimensión; estas dos primeras entregas, sin ser
nada del otro mundo, resultan en general bastante aceptables y amenas, sobre
todo si las comparamos con el resto de la serie, que va bajando el nivel de
manera alarmante, algo muy propio de Farmer que podemos apreciar en otras sagas
de su invención como la famosa Mundo del Río (1971-1983). Los niveles a
los que alude el nombre de la saga son mundos planos creados artificialmente
por una raza de seres superiores en plena decadencia (los señores) que los
utilizan para su uso y disfrute. La tecnología que desarrollaron en un pasado
lejano permite a los Señores alterar las leyes de la física para crear planetas
y estrellas y de conseguir la inmortalidad. El mundo que nos detalla Farmer
está diseñado en forma de pirámide escalonada con cinco niveles superpuestos en
los que la parte “horizontal”, el nivel en sí, está habitada por razas
diferentes dependiendo del nivel. Estos niveles están separados por enormes
paredes verticales a modo de acantilados de imposible ascensión debido a su
altura, que oscila dependiendo del nivel entre los 30 y 100 kilómetros. Este
mundo fue creado por Jadawin, el Señor que habita el nivel más alto del mundo,
desde el que se encarga de gobernar de una manera cruel y caprichosa, como si
de un dios griego se tratase.
Lo primero que nos muestra
Farmer es a un anodino sexagenario que responde al nombre de Robert Wolff, el
cual aborda los últimos años de su vida atrapado en una existencia rutinaria,
con una mujer posesiva a la que se encuentra atado sin remedio. De
repente, los acontecimientos toman un giro insospechado cuando el anciano, en
plena búsqueda de una nueva residencia, es testigo en el sótano de una de las
viviendas que la inmobiliaria con la que ha contactado le muestra de un extraño
suceso: una pared se abre y muestra a un hombre vestido con un sucinto taparrabos
tocando un cuerno de plata mientras está
sentado sobre una gran roca a la que pretenden subir varios seres de aspecto simiesco;
el hombre, que parece conocer a Wolff, le arroja el cuerno de plata antes que
el portal entre los dos mundos se cierre. Wolff, al igual que Alicia
en su peculiar País de las Maravillas, se adentra en otra dimensión llegando a
un mundo dominado por un todopoderoso personaje perteneciente a una estirpe de
Señores en la que rejuvenece hasta volver a ser un joven lleno de fuerza y
vitalidad. El mundo que encuentra ha sido creado artificialmente por el Señor
que lo domina. Y a él ha traído humanos de diversas épocas de las historia,
desde la antigua Grecia a la Europa Medieval. Utilizando una avanzada
tecnología, el Señor consigue mediante mutaciones trasformar en híbridos mezcla
de humano y de animal a muchos de sus “invitados” para que pueblen los diversos
niveles de éste mundo.
Los lectores de Farmer reconocerán en este inicio el
sempiterno homenaje que ofrece a los autores pulp que leía de joven,
especialmente a Edgar Rice Burrough, de quien recogió un esquema argumental
propio del Planetary Romance que repitió en muchas de sus creaciones
literarias, como por ejemplo en las tardías El dios de piedra despierta (1970)
y Dare (1965) que se ponen en marcha con un viaje instantáneo a otro mundo o
universo gracias a medios más bizarros que científicos, un topoi o lugar
común que define el género al que pertenece la obra desde el primer capítulo y
que ha sido adoptado por escritores como Robert E. Howard en Almuric
(1939) o Henry Kuttner en El mundo sombrío (1946). En esta ocasión el viaje
instantáneo lo realiza el bueno de Wolff gracias al uso de las puertas a modo
de “agujeros de gusano” que los Señores tienen repartidas por el universo para
unir sus mundos artificiales con los “naturales” o entre los propios mundos
creados por diferentes Señores. Para seguir con el guión preestablecido, el
héroe de turno llega a un lugar desconocido y de gran exotismo en el que su intervención cambiará el
rumbo de los acontecimientos y la suerte de sus moradores. El guión
característico del Planetary Romance lo sigue Farmer al pie de la letra con la
aparición de una mujer, no enteramente humana, pero de singular belleza, que
cautiva al protagonista, en este caso al anciano Wolf, con las que el héroe
podrá compensar las deficiencias que en cuestión de afectos había acumulado en
su anterior vida, a las que podrá acceder gracias a un milagroso rejuvenecimiento
y fortalecimiento de su cuerpo que va experimentando de una manera progresiva,
hasta que se convierte en un hombre de enorme fortaleza, juventud y vigor.
Wolff encuentra al hombre
que le arrojó el cuerno, se trata de Kickaha, un canallesco personaje decidido
a terminar con la tiranía del Señor y restaurar la paz y armonía en el Mundo de
los Niveles, con el que se lanza a recorrer los distintos niveles en la
búsqueda de la bella Criseida secuestrada por orden del Señor. En su búsqueda
se aliarán con Pogarde, mitad mujer y mitad águila, convertida en esta especie
de quimera por la crueldad del Señor. Una pléyade de personajes de los más variopinto que se aliarán con el fin de ascender por los distitnos niveles, superando mil y un peligros, con el fin de llegar al último de ellos, la morada del Señor que los ha creado y con los que juega. Este ascenso hacia el
Señor, forma parte de otra de las características de las obras de Farmer, la
ironía aplicada a las alegorías religiosas, esta vez en forma de metáfora
por la representación simbólica que es
la ascensión, como un camino hacia la iluminación mediante el ascenso hacia el
creador. Aquí es donde se percibe con mayor claridad el poso hegeliano sobre el que Farmer ha edificado su peculiar Mundo de los Niveles,
para lo que necesita que sus personajes se enfrenten en una lucha que
tiene como finalidad última, no el vencer y destruir al oponente, sino
obtener el reconocimiento de la autoconciencia rival que los aleje del
estado de servidumbre, los encumbre y los introduzca en la "conciencia
señorial".
Al igual que
hace Hegel en su Fenomenología del espíritu, Farmer coloca como motor de
evolución social en su creación literaria el impulso thymótico, es
decir, la necesidad que todo hombre tiene de logar el reconocimiento del resto. Para el que guste de ahondar en este segundo plano de lectura que nos ofrece Farmer, es recomendable acercarse a los conceptos hegelianos, también tratados más recientemente por Alexandre Kojève, de "lucha por el reconocimiento", la relación "amo-esclavo" y la aplicación a estos conceptos de la distinción platónica entre las diversas almas del hombre, en especial el thymos o la que nos fuerza a satisfacer nuestras necesidades o capacidades de enorgullecernos y avergonzarnos de nosostros mismos. Las
sociedades que pueblan el Mundo de los Niveles se comportan tal y como Hegel
contempla la actitud del hombre en nuestra propia sociedad, en la que la
violencia va unida a la evolución como principal forma de acción política (ya
sea entre el propio grupo o con otros) hasta que se llega a una forma de
sociedad en la que esa violencia ya no es la principal forma de acción
política. Los que llegan a ese estado de evolución (en este caso los Señores)
no necesitan ya de la violencia para imponerse al resto, basta con ser
reconocidos por el resto que pasan a ser esclavos o dominados. Aunque como ya he dicho un poco más arriba este segundo "nivel" de lectura no es necesario realizarlo para disfrutar de la novela de Farmer como lo que es en esencia: una buena narración de aventuras, seguramente sin más pretensiones literarias que las de propiciar al autor un más que merecido rendimiento económico.
Pese a lo repetitivo del
argumento dentro de su propia bibliografía, no podemos negar a Farmer la fecunda imaginación que muestra en El hacedor
de universos, novela en la que desarrolla todo su potencial creador para crear un mundo formado por varios
niveles superpuestos, siendo cada uno el reflejo de una de las
épocas de la historia de la Tierra desde el mundo helénico a las grandes
praderas de los Estados Unidos, pobladas éstas por fieras tribus de pieles
rojas con forma de centauro que ofrecen al lector uno de los mejores pasajes de
la novela; sin olvidar un nivel dedicado a la época medieval en el que las
justas entre caballeros estaba a la orden del día. Y así hasta el nivel final
en el que vive el Señor que ha creado este singular universo para su uso y
disfrute. No podemos decir que los niveles sean de una gran originalidad, pero
sí que proporcionan las herramientas necesarias para que la acción que se puede
producir sea rápidamente reconocida por los lectores, con lo que no debe explicar
en demasía el cómo y porqué de los hechos que ocurren y se puede dedicar casi
exclusivamente a que la acción sea más dinámica.
El final tendrá sorpresa,
aunque no excesivamente brillante, como el resto de la trama, que nos vendrá dada por la verdadera personalidad de Wolff, el ex-anciano protagonista con la
que se abundará en el carácter hegeliano del texto. No nos pararemos ahora a
debatir sobre si la obra de Farmer, después de su magnífica arrancada con Los
amantes (1961) llegó hasta donde podía haber llegado, lo cierto es que la
deriva que emprendió su producción literaria hacia un tipo de series a medio
camino entre la ciencia ficción y la fantasía, de la que El hacedor de
universos es un claro ejemplo, seguramente nos dejó huérfanos de alguna obra de
peso, pero a cambio nos regaló un sinfín de aventuras y entretenimiento
desenfadado con un tipo de narración muy próxima por temática y estilo a la de
otros grandes de la ciencia ficción, como el maestro Jack Vance, Edgar Rice
Borroughs y Abraham Merritt entre otros. Lo que no
se puede negar a Farmer es su capacidad para hilar en una narración coherente
situaciones y escenas que hacen las delicias del lector.
5 comentarios:
Somos una nueva editorial de ciencia ficción. Hemos arrancado el 1 de marzo y estamos en total sintonía con vuestro contenido.
Nos gustaría que visitaseis nuestra página y en el caso de que os parezca interesante, lo pongáis en conocimiento de vuestros seguidores.
Adjuntamos nuestra carta de lanzamiento.
Un saludo,
Lola López.
Extinta E-ditores.
Hola Mundo!
Extinta e-ditores ha nacido: www.extinta.es
Nuestra editorial está volcada en la ciencia-ficción, la edición
digital y el descubrimiento de nuevos talentos.
Pero somos más que una editorial... nuestro site estará en permanente evolución, no dejes de visitarnos y sorprenderte con nuestra creatividad.
Y como queremos arrancar con fuerza os presentamos nuestro primer libro: http://extinta.es/el-menor-de-la-camada/
El Menor de la Camada es la primera novela de Alejandro Aguilar. Viaja hasta El Viejo Dominio, un mundo que rompe los moldes de la ciencia-ficción.
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publicitarias y otro formato de pago libre de publicidad.
Esperamos que disfrutes el libro tanto como nosotros!
blog: http://extinta.es/blog/
twitter: @CriaturaExtinta
contacto: info@extinta.es
Te ha alcanzado el tiempo? Las reseñas se hacen más difíciles de publicar cada día, no?
Saludos y esperemos las circunstancias permitan más reseñas.
Hola Francisco,
En breve termino el proyecto que me tiene alejado del blog y dispondré de más tiempo para leer y subir reseñas.
Saludos.
Que bien!!! Bueno haber si te animas a leer de Charles Sheffield la serie de Proteo, es CF/detectivesca, muy buena. Me agradaría tu opinión sobre ella.
Saludos!!!
Resumiendo: un bodrio.
;-)
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