jueves, agosto 21, 2008

PETER F. HAMILTON - La estrella de Pandora

Podemos definir la obra de Peter F. Hamilton como ambiciosa y desmesurada gracias a las virtudes que atesora este narrador de raza, enemigo del papel en blanco y del minimalismo argumentativo, al que no le son necesarios grandes alardes técnicos ni estilísticos para ganarse a un lector al que convierte párrafo a párrafo en su compañero de viaje. Una ambición que ya dejó patente con La caída del dragón, su primera obra editada en nuestro país, un space opera colosal, tanto por extensión como por intención. Ahora, con La estrella de Pandora - primera entrega de la dilogía que se completara con Judas unchained- podemos disfrutar de nuevo con la exhuberancia de ideas de las que nos hace partícipe Hamilton gracias a su imaginación desbocada. Precisamente esa facilidad para crear y unir sus ideas ha sido el principal obstáculo que han encontrado sus novelas para llegar a nuestras librerías. La dificultad para publicar obras tan extensas pesaba en las editoriales de la misma forma que hacía que algunos lectores se pudieran  sentir intimidados por la contundencia de un libro de casi 800 páginas que tan sólo es una primera parte, aunque una vez instalados entre sus páginas podemos reafirmarnos en la idea de que el tamaño no es más que un espejismo de la distancia, y que esta obra, llamada a convertirse en un referente del género, necesita de esta extensión para desarrollar convenientemente la panoplia de personajes y situaciones que se despliegan sin dar tregua al lector.

Edición francesa de La estrella de Pandora

El argumento que encontramos gira entorno al descubrimiento de un enigmático campo de fuerza que aparece de improviso alrededor de una lejana estrella. Intrigados por tan extraño suceso, y con la sospecha de que puede representar una amenaza para los humanos, el gobierno de la Federación decide enviar una nave de exploración para averiguar quién y para qué ha creado esa barrera. La novela narra los acontecimientos previos al viaje de exploración, la preparación del mismo, las dificultades que debe superar y, por último las trágicas consecuencias que conllevará.




El universo donde se escenifican estos sucesos está supeditado a dos elementos que marcan la existencia de todos sus habitantes. El primero de ellos es la rápida y fácil expansión hacia otros planetas gracias a la tecnología que permite crear agujeros de gusano como medio para viajar entre las estrellas; el segundo, y quizás el que más elementos proporciona a la trama, es la tecnología que permite rejuvenecer, incluso volver a la vida, gracias a unos implantes de memoria en el cerebro que almacenan los recuerdos. De esta manera se dota a los seres humanos de una inmortalidad artificial y la posibilidad de conseguir una juventud perenne. Un tema ampliamente explorado en los últimos años por otros autores como Richard Morgan en Carbono alterado, David Brin con Gente de barro o el ruso Serge Lukianenko en Línea de sueños. Aquí señalaría los pocos peros que le pondría a la novela: como se solapan en importancia estos dos elementos y lo poco trabajada que resulta en algunos momentos la parte ética y moral de esta inmortalidad artificial.

Con este escenario de fondo se pone en marcha una obra coral construida con los diversos hilos narrativos que Hamilton utiliza para tejer un tapiz de personajes y acontecimientos que avanzan de manera parsimoniosa, pero firme hacia un horizonte que nos va mostrando con cuentagotas. De esta manera consigue dotar la narración de la tensión necesaria en cada momento, sin caer en la hojarasca retórica, pero acariciando los detalles para hacer de su particular universo creativo un lugar que el lector hace también hace suyo. Pero una cosa debe de tener bien claro el lector: La estrella de Pandora es, ante todo, una novela negra antes que de ciencia ficción. Algo que no debe extrañarnos puesto que Hamilton comenzó su periplo como escritor con la serie de novelas sobre Gred Mandel, un detective psíquico al que colocó en una Inglaterra futurista y decayente. En esta ocasión el personaje que centralizará su atención y que servirá como nexo entre todos los hilos argumentales que forman la novela será Paula Myo, investigadora jefe de la policía de la Federación, a la que recubre con una fina pátina de humor británico, sutil e irónico en todo lo que la rodea; un personaje desubicado en la sociedad de su tiempo y que vive para su trabajo, enfrascada desde hace más de cien años en el caso de un grupo terrorista denominado los Guardianes del Ser que están convencidos de la manipulación de la raza humana por parte de una maligna fuerza extraterrestre a la que llaman el “aviador estelar” y que, según sus creencias, llegó a bordo de una misteriosa nave extraterrestre encontrada en un alejado planeta de la Federación( elemento en común con La Caída del dragón donde también se crea una leyenda entorno al advenimiento de una misteriosa figura extraterrestre que sirve de eje a la novela).

Otra cuestión a tener en cuenta es la certeza de que Hamilton no da puntadas sin hilo, es decir, todas ya cada una de las escenas y personajes que componen la novela juegan, de una manera u otra, un papel importante en la trama. Así pues, veremos desfilar entre las páginas de La estrella de Pandora a Wilson Kane, un antiguo astronauta que fracasó en su intento de pasar a la posteridad siendo el primer hombre que ponía el pie en Marte y que, varios siglos después volvía a tener una “segunda oportunidad” de pasar a la historia al comandar la nave que debía ir a investigar el misterio de Alfa Dyson; Mellanie Rescollari, que de un papel secundario en la trama pasará a ser un personaje importante (magnifico momento donde escenifica el mito de Fausto para mostrar el papel de nuevo infierno que juega la IS: inteligencia artificial formada por los recuerdos de todos los que no han querido o podido seguir viviendo en la nueva sociedad que surge de la victoria sobre la muerte). También tiene una especial importancia el personaje de Ozzie, coinventor de la tecnología que permite viajar gracias a los agujeros de gusano, dedicado a la busqueda de un nuevo reto en los senderos de los Silfen, unos curiosos alienígenas parecidos a elfos que viajan entre los distintos planetas gracias a senderos escondidos en los bosques. Junto a Ozzie viajan un adolescente y un extraño extraterrestre, todos ellos en busca de una respuesta que de significado a sus vidas y que creen que encontrarán al final de su particular camino de losas amarillas que resultan ser los senderos de los Silfen.

Por supuesto no puede faltar en la novela una compleja trama de intrigas políticas y económicas que tiene su mejor momento cuando Gore Burnelli, jerarca de una de las más importantes familias de la Federación, da una fiesta en su colosal mansión para los grandes empresarios que mueven los hilos del poder (idea recurrente de Hamilton en varias de sus obras: el poder en manos de grandes corporaciones empresariales). En esta escena aparece el patriarca de los Burnelli caracterizado como Zeus en su Olimpo, omnisciente y todopoderoso entre sus hedonistas hijos entregados a los placeres mundanos. Por supuesto no podía faltar un héroe arquetípico en tan singular collage de personajes, este papel lo encarna Kazimar, joven y asilvestrado miembro de los Guardianes del Ser a quien Hamilton dibuja con todas las virtudes que caracterizan a los protagonistas de los relatos románticos y rurales ambientados en la campiña inglesa; adornado, además, con las gestas de un nuevo William Wallace.

Como se puede observar, un amplio abanico de personajes y situaciones que, pese a lo dispares que resultan entre sí, forman un todo consecuente que sirve de contrapeso a la parte más “mediática” o publicitada de la novela como es la confrontación bélica entre dos fuerzas antagónicas, sin duda, el banderín de enganche que atrae los lectores a este díptico de Hamilton, pero que dista mucho de ser lo más relevante de la narración. Termina esta novela con todos los hilos abiertos y dejando al lector como diría el bonito tópico del folletín radiofónico: “con el alma en vilo” a la espera de la resolución final, que esperemos no se haga de rogar y la tengamos pronto a nuestra disposición.
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