viernes, septiembre 21, 2012

ROBERT A. HEINLEIN - La desagradable profesión de Jonathan Hoag

No tengo costumbre de poner título a las reseñas que voy subiendo. De haber cultivado esa sana costumbre no tendría dudas del epígrafe con el que aparecería el presente comentario; vendría a ser algo así como  Heinlein, el hombre que quiso ser Dick. Y es que cuanto más e profundizo en la obra del genial y denostado maestro Robert A. Heinlien, más arraiga en mí la idea de que no pudo desarrollar la carrera literaria que hubiera deseado y se tuvo que conformar con amoldar su talento narrativo a lo que las editoriales le imponían, encasillándolo primero como un autor para adolescentes y más tarde como adalid de los valores deterministas de una sociedad americana en constante conflicto contra los peligros del exterior. Buena muestra de los derroteros que pudo seguir la obra de Heinlein la encontramos en La desagradable profesión de Johathan Hoag (1942)  una novela corta, casi primeriza que con el paso del tiempo y comparándola con el resto de lo que sería su producción, resulta un producto totalmente atípico dentro del universo literario creado por Heinlein. La novela vio la luz por primera vez en la revista Unknown Worlds, para unos años después, en 1959, dar título a una excelente recopilación de relatos entre los que destacan "... y construyó una casa torcida" (1941) y "Todos vosotros zombis" (1959), publicada en nuestro país por Martínez Roca hace ya unos años.

Decía lo de atípica por la insólita mezcolanza de influencias literarias y parecidos razonables con otros autores que se dan cita en esta novela. En cuanto a este último apartado, se nos viene a la cabeza la innegable semblanza que mantiene con la obra de Philip K. Dick, pese a que Heinlein escribió esta historia 20 años antes de que Dick debutara como escritor. La novela de Heinlein se centra -como lo harían muchas otras narraciones surgidas en la corriente del New Wave- en la alienación del individuo sometido a los obscuros designios de autoritarios gobiernos en la sombra que, como en la vida real, funcionan como los auténticos amos del mundo; en la novela, la información nos llega al lector a través de personajes sometidos a diversos estados alterados de conciencia, incapaces la mayor parte del tiempo de distinguir entre realidad y fantasía, con lo que Heinlein nos invita a participar en un juego en el que el final lo terminaremos de escribir nosotros, los lectores, según nuestros propios impulsos y sensaciones. Teniendo en cuenta toda esta carga de profundidad inlcluida en la trama, no termina de encajar la imagen que se ha creado de Heinlien y su apología del militarismo más fascistoide con la realidad que nos explota en la cara al leer la creación del por entonces un bisoño escritor de ciencia ficción, que en plena Segunda Guerra Mundial, justo cuando los avatares de la sociedad americana estaban más próximos a la exaltación del patriotismo, se dedicaba a escribir un tipo de historias que iban en contra de lo que se demandaba. ¿Por qué no aprovechaba Heinlein los vientos favorables a sus supuestos ideales militaristas y se decantaba por presentarse como un outsider dentro del panorama de la literatura de ciencia ficción?

Pero dejemos momentáneamente las disquisiciones sobre Heinlien y sus ideales para centrarnos brevemente en los antecedentes de La desagradable profesión de Jonathan Hoag, una novela que se presenta como una acertada combinación de fantasía, misterio y surrealismo que sin duda bebe de clásicos que formaron parte del archivo textual de Robert A. Heinlein.Sin duda, la inspiración  necesaria para crear la pareja protagonista, un joven matrimonio de detectives, proviene de la prodigiosa mente criminal de Agatha Christie, en la cual se alumbraros sus célebres personajes Tommy Beresford y Prudence Cowley, protagonistas de Matrimonio de Sabuesos (1929), una recopilación de relatos en la que Tommy y Prudence se dedican a investigar de manera desenfadada los más extraños y misteriosos casos, un papel que en la novela de Heinlein desempeñan con notable acierto Ted y Cynthia Randall, los propietarios y únicos empleados de la agencia de detectives  Randall & Co,  cuyos servicios son requeridos por Jonathan Hoag para que sigan sus propios pasos y averigüen a qué se dedica profesionalmente, ya que él no  es capaz de recordar el tipo de actividades que desarrolla a lo largo del día; de esta parte de la trama surge la segunda influencia de peso que recibió Heinlein y que emparienta La desagradable profesión de Jonathan Hoag con Chesterton y su célebre novela  El club de los negocios raros (1905) en la que los hermanos Basil y Rupert Grant han de descubrir las profesiones de un grupo de personas pertenecientes a un singular club en el que para ser  admitido como socio deben haber inventado una "nueva y curiosa manera de hacer dinero", pero que también sea un tipo de trabajo que antes no existía.

Pese a lo dicho sobre lo alejado de la temática principal de la novela con los postulados habituales de Heinlein, en lo que no encontramos cambios es en su magistral manera de narrar, enriquecida si cabe por un  estilo mucho más atractivo gracias a los ágiles y alocados diálogos con los que está construido buena parte del texto. A este efecto ayuda la elección de los protagonistas: dos jóvenes desenfadados que poco tienen que ver con los arquetipos a los que recurre el maestro Heinlein para protagonizar sus novelas; también ayuda a este buen hacer en la narración los acontecimientos que se describen, los cuales necesitan una buena dosis de complicidad con el lector para transitar por los distintos pasajes de la novela, a cada cual más surrealista.

La novela en sí comienza con un misterio: ¿Qué son las extrañas manchas rojizas que Jonathan Hoag tiene bajo las uñas? El médico al que Hoag encarga analizar la sustancia que atesoran sus cuidadas uñas termina por echarlo de su consulta en cuanto comprueba el resultado de los análisis. Todo esto no es más que un mcguffin que Heinlein utiliza para rodear de una pátina de misterio y de incertidumbre la reflexión que hace el propio Hoag sobre su vida, en la que éste descubre horrorizado la total ausencia de memoria sobre su vida cotidiana: no sabe de qué trabaja ni dónde. El descubrimiento empuja a Hoag hacia una agencia de detectives de segunda fila regentada por un joven matrimonio tan falto de dinero como sobrado de ideales. Este será el inicio de una sucesión de escenas delirantes que convertirán lo que en apariencia era un caso fácil en una compleja trama en la que la pareja de detectives ve seriamente amenazada su vida. Los primeros indicios de que no estaban ante un caso convencional los encuentran cuando siguen a Hoag hasta lo que creen que es su puesto de trabajo en la empresa de tallado de piedras preciosas Detheridge & Co, situada en la planta trece de un moderno edificio de oficinas, para a continuación percatarse de que la empresa de tallado de piedras preciosas no existe, y lo que es más extraño aún, el piso trece en la que esta situada no existe en ese edificio, pasando desde la planta doce a la catorce para evitar supersticiones. A partir de aquí todo empezará a ir de mal en peor para la  pareja de investigadores que se verán  hostigados por una extraña secta de adoradores de un ser que ellos llaman el Gran Pájaro, el ser primordial que creó el universo y todos los seres que en él habitan. Estos personajes, capaces de desplazarse por los espejos, apareciendo y desapareciendo de cualquier lugar o vivienda que disponga de un espejo normal y corriente. Este extraño grupo persigue a Hoag para matarlo al entender que es la encarnación del mal y el máximo enemigo de su deidad, el Gran Pájaro. De aquí al final sabremos qué hay de verdad en todo esto y quién es en realidad Jonathan Hoag.

La desagradable profesión de Jonathan Hoag nos mostrará un Heinlein diferente al denostado militarista de ultraderecha que muchos creen que era. Y posiblemente fue así, un hombre marcado por los avatares de su tiempo al que le fue negada la posibilidad de poner negro sobre blanco otra cosa que no fuera lo que vendía en esos momentos: novelas para adolescentes proyectadas con el fin de publicitar la carrera espacial emprendida por los Estados Unidos o bien otro tipo de historias con un trasfondo más político que literario. Sobre este asunto ya comenté en la entrada que dediqué a Podkayne of Mars (1963) el enfado de Heinlein por no poder terminar la novela como él hubiera querido al tener que doblegarse a los designios de la editorial que le encargó la novela; también es sabido el sustancial recorte que sufrió Amos de Títeres (1951), pasando de un original que constaba de 96.000 palabras a un resultado final de 60.000 después de que la editorial metiera la tijera para rebajar la considerable carga sexual que había en la novela, con el evidente y comprensible enfado del maestro Heinlein.  ¿Qué quedó por el camino en todas estas divergencias con la editorial? Pues con toda seguridad buena parte de la esencia primigenia de la obra que no pudo ser recuperada hasta 1990 con la publicación de una edición ampliada (no completa) que contenía el material suprimido en la versión publicada en 1951, aunque esta versión recuperada seguía sin ser del todo fiel al original, mucho más subido de tono en cuanto al tratamiento de la sexualidad que en ella se hacia. Por ejemplo, en la edición original de Amos de títeres  los humanos poseídos por alienígenas, en cuanto descubrían la sexualidad humana se embarcaban en salvajes orgías, retransmitiéndolas en vivo por televisión, sin olvidar el recorte y modificación que sufrieron las costumbres de algunos de los personajes originales, como el agente Sam, con un comportamiento más desinhibido en cuanto a sus “relaciones” personales con las féminas. Un desenfreno que puede recordar al celebre cuento de Boris Vian El amor es ciego, incluido en la recopilación El lobo-hombre (1952) en el que una extraña niebla convertía a todo aquel que entraba en contacto con ella en ardorosos amantes que no dudaban en practicar sexo en cualquier lugar y con cualquier persona con la que se cruzaban, de la misma manera que lo hacían en el original de la obra de Heinlein. De esta manera, Heinlein intentó un acercamiento a la sexualidad en el ámbito de la ciencia ficción mucho antes de que Farmer rompiera ese tabú con su aplaudida obra Los amantes (1952), publicada un año después de Amos de Títeres.

Como podemos ver Heinlein fue Farmer antes que Farmer  en cuanto al tratamiento del sexo explicito en sus obras. Y en La desagradable profesión de Jonathan Hoag podemos ver cómo Heinlein fue Dick antes que el propio Dick. De aquí vendría la enorme admiración que Heinlein tenía por Philip K. Dick y su obra, seguramente por verse reflejado en un escritor que dejó de lado la seguridad económica que le ofrecía plegarse a los designios de las grandes editoriales para dedicarse a escribir lo que sentía, aunque esto lo condenase a poco más que la indigencia. Heinlein no vivía de espaldas a la realidad económica que atravesó durante toda su vida Dick, y fue en muchos momentos el único apoyo económico con el que éste contaba para sobrevivir, tal y como lo explica el propio Dick en el prólogo de su recopilación de cuentos El hombre dorado (1980), en el que elogiando la actitud del maestro Heinlein dice: "hace varios años, cuando yo estaba enfermo, Heinlein me ofreció su ayuda, cualquier cosa que pudiese hacer, y no nos conocíamos; me telefoneaba para animarme y ver cómo me iba. Él quería comprarme una máquina de escribir eléctrica -que Dios lo bendiga- era uno de los pocos caballeros de verdad en este mundo. [...] hace varios años, cuando yo estaba enfermo, Heinlein me ofreció su ayuda, cualquier cosa que pudiese hacer, y no nos conocíamos; me telefoneaba para animarme y ver cómo me iba. Él quería comprarme una máquina de escribir eléctrica -que Dios lo bendiga- era uno de los pocos caballeros de verdad en este mundo". No tengo dudas sobre quien fue para Heinlein su autor preferido durante la última etapa de su vida, ni de la emoción que sentiría cada vez que llegaba a sus manos uno de los cuentos escritos por Dick, muy similares a los que él hubiera escrito de haber nacido unos años más tarde, cuando el mundo era diferente.


Por último, un breve apunte sobre La desagradable profesión de Jonathan y su inminente adaptación a la pantalla grande de la mano del director Alex Proyas, quien se encuentra en pleno rodaje de una adaptación de esta obra de Heinlein que, según cuentan en algunas web dedicadas al séptimo arte, se estrenará en algún momento del 2013. Esperemos que la película esté a la altura de la novela.

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