“El hombre ya había conquistado antes el espacio. Podéis estar seguros de ello. En algún lugar, antes de los egipcios, en esa oscuridad de donde surgen los ecos de nombres semi-míticos — la Atlántida, Mu —, en algún tiempo anterior a los primeros balbuceos de la Historia tuvo que existir una era en que la humanidad. […] Hay demasiados mitos y leyendas para que lo pongamos en duda”. Con estas palabras inicia Catherine L. Moore Shambleau, uno de los doce cuentos escritos en el periodo 1934-1938 para la revista Weird Tales. El protagonista que da nombre a la recopilación es Northwest Smith, arquetipo del aventurero del espacio que tanto se ha explotado en las buenas (y malas) novelas de la Edad Dorada de la Ciencia Ficción, además de ser considerado el embrión del que más tarde George Lucas extraería a Han Solo, uno de los personajes más emblemáticos de la mítica Star Wars . La propia C. L. Moore explicaba el proceso de "alumbramiento" del personaje, pensado en un primer momento como un rudo vaquero que tendría su hábitat natural en un "Oeste muy, muy salvaje". Así habría sido, pero un buen día se cruzó en la vida de la autora un ejemplar de la revista Amazing Stories, "en cuya portada aparecían hombres de seis brazos empeñados en una lucha a muerte"; en esos momentos, según cuenta la propia Moore, un nuevo campo de la literatura se abrió ante su mirada llena de admiración, y el impulso que la llevó a imitar esas historias fue irresistible.
Tras la epifanía que llevó a C. L. Moore al lado oscuro, es decir, al género fantástico, tomaría como guías para componer sus propias narraciones el estilo y argumento de sus escritores favoritos. De esta manera, en el párrafo inicial de Shambleau ya se dejan entrever los caminos por los que iban a transitar las andanzas de Northwest Smith, privilegiado habitante de un universo en el que tomaban cuerpo las más delirantes y terroríficas criaturas que Lovecraft podía haber imaginado y que su buena amiga Catherine haría suyas. Y es que uno de los grandes atractivos que presenta esta recopilación de relatos son los "horribles y depravados engendros" a medio camino entre dioses todopoderosos y sanguinarios monstruos surgidos de lo más profundo del infierno; seres que fueron integrados en el imaginario de muchas culturas como mitos que remitían a un terror ancestral de los que ya se habían perdido en el olvido su génesis y su razón de ser , ni el de las razas más antiguas que la propia humanidad que adoraba a estas deidades y que todavía sobrevivían en recónditos paisajes del Sistema Solar, habitando las desoladas ruinas de ciudades cuyos nombres hace eones que se han olvidado para la mayoría de los mortales, perdurando para unos pocos en forma de leyendas que avisaban del horror que se ocultaba entre sus muros, ya estuvieran estas entre la asfixiante vegetación de las selvas de Venus o en los áridos y polvorientas llanuras de Marte.
Con estos antecedentes no es difícil discernir que C. L. Moore pertenece por derecho propio al llamado Círculo de Lovecraft; un grupo de escritores pulp que tenían como principal referencia los mitos creados por el escritor de Providende, con el que además de gustos literarios, Moore compartía una estrecha amistad que empezó gracias a la mutua admiración que sentían el uno por el trabajo del otro y que cultivaron de manera epistolar durante años. Además de Lovecraft y Moore, entre este grupo de escritores se incluían nombres tan conocidos como Robert E. Howard, creador de Conan, icono de la Sword & Sorcery o de historias más al uso como Almuric; Frank Bernald Long, Arthur Machen, Abraham Merritt y Henry Kuttner, con quien se casaría Moore y al que ofrecería su saber y buen gusto literario quedando ella en un discreto segundo plano, totalmente inmerecido por la gran calidad de sus escritos.
La recopilación de los cuentos de Northwest Smith fue editada por la mítica colección Ultima Thule (Anaya, 1992-1996) bajo la batuta de Javier Martín Lalanda, quien además de traducir la totalidad de los relatos que componen la recopilación, escribió el prólogo de la misma, en el que de una manera clara, concisa y amena nos adentra en la vida y obra de Catherine L. Moore. Y para que la información sobre esta autora sea completa, en Jirel De Joiry (1934-1939), otra excelente recopilación de relatos de C. L. Moore también traducida y editada por Martín Lalanda en la misma colección, en la parte final, incluye un interesante apunte autobiográfico a modo de posfacio en el que la autora nos cuenta cómo se inició en el mundo narrativo, apuntando la devoción que sentía por los escritos de Lovecraft y Robert E. Howard, de su educación a base de "una dieta a base de mitología griega y de los libros escritos por Edgar Rice Burroughs". Unas referencias que aparecen claramente en Northwest Smith.
Los relatos protagonizados por Northwest Smith tienen una estructura y argumento muy similar. Los puntos comunes en todos ellos son, en primer lugar, el encuentro inicial con una mujer de portentosa y exótica belleza que incitará a Smith a emprender una peligrosa aventura en la pondrá en juego algo más que su vida; otro de los elementos recurrentes es el paso a otras dimensiones o mundos lejanos gracias a puertas u objetos de gran poder capaces de trasportar a nuestro héroe a lugares dominados por antiguas y malévolas razas arcanas, en los que habitan seres de horrible presencia y de gran poder cuyo origen se pierde en "la noche de los tiempos", como por ejemplo en el relato La ninfa de la oscuridad (1935) donde Nyusa, la bella joven con la que se encuentra Northwest, tiene la facultad de abrir las puertas a una dimensión de la oscuridad en la que habita su padre, el mismo Dios de la Oscuridad, adorado por extraños seres de una antigua y maligna raza. La mayoría de estos seres o razas no humanas practican algún tipo de vampirismo respecto al hombre, como por ejemplo el clásico de tipo hematófago que aparece en Julhi (1935), en el que la bella Apri, sirve de puente con otro mundo desde el que llegan seres que se alimentan de sangre. Con un guión idéntico al descrito anteriormente se desarrolla El Frío Dios Gris (1935), un cuento que trascurre en la ciudad marciana de Righa, lugar en el que Northwest es abordado por Judai de Venus, una joven de gran belleza que lo empujará a una nueva aventura en la que gracias a una extraña caja adornada con unos extraños signos capaz de abrir la puerta a la dimensión que habita el Dios Gris, una malvada y antigua deidad marciana.
Entre los distintos tipos de vampirismo, el que mejor desarrollado está es el de la absorción de sueños y energía vital que practica un ser emparentado con la mítica Medusa de la mitología griega al que los nativos marcianos llaman Shambleau, y del que Northwest cae preso de sus encantos; sin duda Shambleau (1933) es el más logrado y conocido de los cuentos que integran esta recopilación, integrando en la "mujer-vampiro" todas las particularidades propias de los personajes femeninos que persiguen y comprometen la integridad física de Smith, y que se caracterizan por la mezcla de exotismo sensualidad de unas mujeres que atesoran una belleza casi irreal, llenas de un misterio que parece ocultar el halo de pecado y peligro que las hace irresistiblemente seductoras, atrayentes y fatales; unas mujeres cuyo epítome físico nos lo dejó el pintor simbolista Franz Von Stunz en su obra El pecado (1895), en el que hace una acertada representación de la femme fatale llevada hasta sus últimas consecuencias.
En contraposición a la sutileza parasitaria de Shambleau, el más prosaico de estos vampirismos es el que aparece en El árbol de la vida (1936), en el que nuestro héroe se las verá con Thag, un ser con forma de árbol que, al igual que las sirenas con las que se tuvo que enfrentar Ulises en la Odisea, hipnotiza y somete a los hombres para devorarlos y alimentarse de su carne. Pero si tengo que elegir entre uno de los cuentos que Moore dedica a las distintas formas de vampirismo, sin duda me quedo con el relato Sed Negra (1934), que empieza con el preceptivo argumento estandarizado en el que Northwest encuentra a una mujer de singular atractivo que lo conduce a enfrentarse con antiguos dioses de un panteón ya olvidado; a partir de aquí, la historia va profundizando en una forma de vampirismo en la que el fluido vital que sirve de alimento es la propia belleza física de la mujer; el ser que se alimenta de esta extraña energía que genera la belleza lleva siglos "criando" las mujeres más hermosas del universo en un siniestro castillo en el que guarda para su contemplación, disfrute y alimento a féminas poseedoras de una belleza que haría enloquecer a cualquier hombre que las contemple apenas unos segundos.
En contraposición a la sutileza parasitaria de Shambleau, el más prosaico de estos vampirismos es el que aparece en El árbol de la vida (1936), en el que nuestro héroe se las verá con Thag, un ser con forma de árbol que, al igual que las sirenas con las que se tuvo que enfrentar Ulises en la Odisea, hipnotiza y somete a los hombres para devorarlos y alimentarse de su carne. Pero si tengo que elegir entre uno de los cuentos que Moore dedica a las distintas formas de vampirismo, sin duda me quedo con el relato Sed Negra (1934), que empieza con el preceptivo argumento estandarizado en el que Northwest encuentra a una mujer de singular atractivo que lo conduce a enfrentarse con antiguos dioses de un panteón ya olvidado; a partir de aquí, la historia va profundizando en una forma de vampirismo en la que el fluido vital que sirve de alimento es la propia belleza física de la mujer; el ser que se alimenta de esta extraña energía que genera la belleza lleva siglos "criando" las mujeres más hermosas del universo en un siniestro castillo en el que guarda para su contemplación, disfrute y alimento a féminas poseedoras de una belleza que haría enloquecer a cualquier hombre que las contemple apenas unos segundos.
Como vemos los cuentos de Catherine L. Moore no destacan por la pluralidad en sus planteamientos. Su principal virtud está en su cuidado lenguaje, necesario para construir el barroquismo de los escenarios en los que se mueve Northwest Smith, y la catarata de sensaciones y sentimientos que surgen ante la contemplación de seres "alejados de la comprensión humana, venidos de más allá del tiempo y del espacio". El buen trato literario que ofreció a los relatos que publicó en una modesta revista de corte fantástico, convierte a Moore en una rareza dentro del panorama de los relatos pulp, concebidos estos como una forma de entretenimiento fácil de digerir por un lector que buscaba diversión sin complejidades estilísticas ni argumentales. No obstante, Moore, escritora de formación autodidacta en un primer momento, al profundizar en su vocación literaria no dudo en formarse académicamente en la universidad de Illinois, llegando a realizar un doctorado en literatura inglesa, recopilando en este proceso de aprendizaje las herramientas necesarias para convertir su obra en una prolongación de las obras románticas y simbolistas del siglo XIX. Y es que en Moore, al igual que en Lovecraft, Lord Dunsany y tantos otros pre-frikis del momento, buscaban en sus escritos recrear un mundo en el que tuvieran cabida un tipo de estética con la que ellos se sentían identificados y comprometidos.
Ateniéndonos a todo esto, no podemos pensar que Moore tan sólo se limitó a escribir una serie de historias más o menos terroríficas, sino que en ellas, por modestas que puedan ser, se pueden encontrar reminiscencias de todas y cada una de las características fundamentales del Simbolismo; un movimiento que surgió como una reacción literaria en contra del Naturalismo y el Realismo decimonónico y de sus preceptos anti-idealistas que relegaban al olvido la espiritualidad, la imaginación y los sueños, es decir, todo aquellos que reivindica la literatura de género. En su obra, Moore busca vestir las ideas, por repetitivas que estas puedan parecer, de intenciones metafísicas mediante el uso del lenguaje como el instrumento que enlazará "las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual", expresadadas mediante las múltiples puertas dimensionales que llevan a otras realidades en forma de mundos oníricos o de pesadilla. Para lograr esta unión entre lo real y lo imposible, Moore utiliza mecanismos estéticos como la sinestesia, consistente en mezclar varios sentidos en la descripción de los entornos bizarros que explora con su prosa: sus personajes oyen los colores, pueden ver los sonidos o, yendo un poco más allá, son capaces de percibir el sabor de un ser u objeto con tan sólo tocarlo. Buena muestra de este trabajo sensorial con las palabras lo tenemos en El color que cayó del espacio (1927), uno de los mejores relatos del otro célebre escritor simbolista, H. P. Lovecraft.
Fiel a esta conjunción de elementos sacados de la tradición literaria romántica y a la influencia de las revistas pulp, Moore desarrolló un estilo metafórico en el que integra los diferentes vehículos de trasmisión del conocimiento en forma de anomalías que alteran la conciencia, ya sea mediante sueños que adquieren tintes surrealistas (Shambleau, El sueño escarlata) o por medio de la acción de un narcótico, ingerido éste en forma de alcohol o drogas, para inducir diversos estados alterados de conciencia. Un tipo de recurso que ella emplea, al igual que el resto de escritores simbolistas, en su primordiar afán de descifrar el mundo, al entender que éste oculta una realidad que tan sólo ellos pueden ver, actuando como un tipo de médium que pueda traducir al común de los mortales aquello que está más allá de su vista y comprensión, en este caso un pasado prehumano que todavía mantiene lazos con el presente. Los procedimientos técnicos que emplea Moore para alcanzar esta meta se fundamenten en la representación de una realidad mostrada de forma disgregada e inaprensible en la mayoría de casos. Esta pérdida de la realidad convierte el mundo en el que la autora mueve sus personajes en un caos construido gracias a la ficción metafórica propia de la modernidad, en la que el texto sustituye la realidad empírica, colocando situaciones y personajes "destextualizados" (los propios de la tradición homérica que aparecen en relatos como Shambleau o Yvala) para que el lector tenga claro que son inventados; dentro de todos estos elementos narrativos con los que juega la autora, hay que incluir las múltiples metáforas estructurales que recurren a saltos temporales, ya comentados anteriormente, y cambios en los personajes por medio de proyecciones a otras dimensiones o realidades habitadas por seres de una naturaleza incomprensible (Sueño escarlata, Julhi, La ninfa de la oscuridad), con los que se multiplica el sentimiento de realidad fragmentada.
Moore siempre me ha parecido una de las plumas más brillantes de todo el grupo que se originó alrededor o a la sombra de H. P. Lovecraft. Lamentablemente, el papel secundario que le toco ejercer tras su matrimonio con Henry Kuttner nos habrá privado de un buen número de relatos y novelas de gran calidad. No obstante, gracias a la labor de recuperación de clásicos del pulp americano que vienen realizando dos meritorias editoriales como La Biblioteca del Laberinto y Los libros de Barsoom, en las últimas fechas han salido a la venta El mundo sombrio (1946) y La criatura de allende del infinito y otros relatos lovecraftianos, en las que, a pesar de estar firmadas por Henry Kuttner, se puede apreciar con claridad la mano de Catherine entre sus páginas. Sin duda dos obras de lectura imprescindible.
Ateniéndonos a todo esto, no podemos pensar que Moore tan sólo se limitó a escribir una serie de historias más o menos terroríficas, sino que en ellas, por modestas que puedan ser, se pueden encontrar reminiscencias de todas y cada una de las características fundamentales del Simbolismo; un movimiento que surgió como una reacción literaria en contra del Naturalismo y el Realismo decimonónico y de sus preceptos anti-idealistas que relegaban al olvido la espiritualidad, la imaginación y los sueños, es decir, todo aquellos que reivindica la literatura de género. En su obra, Moore busca vestir las ideas, por repetitivas que estas puedan parecer, de intenciones metafísicas mediante el uso del lenguaje como el instrumento que enlazará "las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual", expresadadas mediante las múltiples puertas dimensionales que llevan a otras realidades en forma de mundos oníricos o de pesadilla. Para lograr esta unión entre lo real y lo imposible, Moore utiliza mecanismos estéticos como la sinestesia, consistente en mezclar varios sentidos en la descripción de los entornos bizarros que explora con su prosa: sus personajes oyen los colores, pueden ver los sonidos o, yendo un poco más allá, son capaces de percibir el sabor de un ser u objeto con tan sólo tocarlo. Buena muestra de este trabajo sensorial con las palabras lo tenemos en El color que cayó del espacio (1927), uno de los mejores relatos del otro célebre escritor simbolista, H. P. Lovecraft.
Fiel a esta conjunción de elementos sacados de la tradición literaria romántica y a la influencia de las revistas pulp, Moore desarrolló un estilo metafórico en el que integra los diferentes vehículos de trasmisión del conocimiento en forma de anomalías que alteran la conciencia, ya sea mediante sueños que adquieren tintes surrealistas (Shambleau, El sueño escarlata) o por medio de la acción de un narcótico, ingerido éste en forma de alcohol o drogas, para inducir diversos estados alterados de conciencia. Un tipo de recurso que ella emplea, al igual que el resto de escritores simbolistas, en su primordiar afán de descifrar el mundo, al entender que éste oculta una realidad que tan sólo ellos pueden ver, actuando como un tipo de médium que pueda traducir al común de los mortales aquello que está más allá de su vista y comprensión, en este caso un pasado prehumano que todavía mantiene lazos con el presente. Los procedimientos técnicos que emplea Moore para alcanzar esta meta se fundamenten en la representación de una realidad mostrada de forma disgregada e inaprensible en la mayoría de casos. Esta pérdida de la realidad convierte el mundo en el que la autora mueve sus personajes en un caos construido gracias a la ficción metafórica propia de la modernidad, en la que el texto sustituye la realidad empírica, colocando situaciones y personajes "destextualizados" (los propios de la tradición homérica que aparecen en relatos como Shambleau o Yvala) para que el lector tenga claro que son inventados; dentro de todos estos elementos narrativos con los que juega la autora, hay que incluir las múltiples metáforas estructurales que recurren a saltos temporales, ya comentados anteriormente, y cambios en los personajes por medio de proyecciones a otras dimensiones o realidades habitadas por seres de una naturaleza incomprensible (Sueño escarlata, Julhi, La ninfa de la oscuridad), con los que se multiplica el sentimiento de realidad fragmentada.
Moore siempre me ha parecido una de las plumas más brillantes de todo el grupo que se originó alrededor o a la sombra de H. P. Lovecraft. Lamentablemente, el papel secundario que le toco ejercer tras su matrimonio con Henry Kuttner nos habrá privado de un buen número de relatos y novelas de gran calidad. No obstante, gracias a la labor de recuperación de clásicos del pulp americano que vienen realizando dos meritorias editoriales como La Biblioteca del Laberinto y Los libros de Barsoom, en las últimas fechas han salido a la venta El mundo sombrio (1946) y La criatura de allende del infinito y otros relatos lovecraftianos, en las que, a pesar de estar firmadas por Henry Kuttner, se puede apreciar con claridad la mano de Catherine entre sus páginas. Sin duda dos obras de lectura imprescindible.
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