viernes, agosto 17, 2007

REGRESO A BELZAGOR (Downward to the Earth) – Robert Silverberg

El reciente saldo de La Factoría ha puesto a disposición de muchos aficionados un buen número de títulos apetecibles. Entre ellos se encuentra Regreso a Belzagor del maestro Robert Silverberg; lo de maestro se debería de poner en mayúsculas. La revisión novelada que hace en esta novela del Zaratustra de Nietzsche es sencillamente genial.

Una tarea nada fácil la de hacer digerible la teoría filosófica de Nietzsche a través de una obra concebida, en principio, como de evasión y entretenimiento, pero mientras pasaba las páginas crecía mi asombro al ver reflejado en cada acontecimiento, en cada personaje de Regreso a Belzagor todas y cada una de las ideas y conceptos de Nietzsche.

Silverberg ofrece en clave de ciencia ficción un canto al Vitalismo de Nietzsche y su concepto de vida: la comprensión de la vida en el sentido biológico como elemento para subrayar el papel del cuerpo humano, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia.

Términos como la muerte de Dios, el nihilismo, el eterno retorno como síntoma de vitalismo, la voluntad de poder como esencia de la vida (que se ve reflejada en muchos de los protagonistas de las obras de Silverberg: Manjipur, etc), la división moral entre lo apolíneo y lo dionisiaco, la transmutación de los valores, y por supuesto el Superhombre que debe de emerger de este cambio y dejar atrás al Último Hombre: entendido como el hombre de los tiempos actuales, no cree en nada, pero se cree feliz, es un ser menospreciable que vive una vida gris. Estos son los elementos que ejercen la función de armazón, de esqueleto que queda recubierto con el escenario futurista que con tanta soltura domina Silverberg, y que da forma a Regreso a Belzagor, pésima traducción del título original: Downward to the Earth. Título mucho más acertado al trasfondo mesiánico de la novela.

La novela arranca cuando Edmund Gundersen vuelve a Belzagor atraído por los recuerdos del pasado y por el sentimiento de culpa producido por los actos cometidos durante su anterior estancia en el planeta, donde ejerció con mano de hierro su cargo como gobernador.

La pérdida de valores tradicionales que el personificaba como colonizador y representante del antropocentrismo, y la no asimilación de la idea de la existencia de seres elefantiásicos como los nildores, auténticos dueños del planeta y dotados de una inteligencia emocional, espiritual y moral superior a la de los humanos, lleva a Gundersen a una transmutación de los valores: destrucción de antiguos valores y creación de nuevos que lo liberen de su sentimiento de culpa.

Para este fin emprende un viaje a lo más profundo de las selvas de Belzagor, un viaje iniciático para encontrarse consigo mismo y trascender, dejar atrás al último hombre. Ha tomado consciencia de la muerte de dios (nihilismo); nada tiene valor, ha perdido los valores de su propia tradición.

En su viaje por Belzagor, Gundersen experimentará la voluntad de poder que lo llevará a conocer la realidad de los seres que habitan el planeta y descubrirá el eterno retorno en el que viven: el constante renacer en un nuevo ser vivo distinto al que han sido anteriormente.

En contraposición con la moral y espiritualidad de los Nildores, que representan el espíritu apolíneo, de Apolo, dios de la belleza, los valores de la razón, la medida, es la moral de los señores, el equilibrio en la filosofía de Nietzsche, Silverberg coloca a los pocos habitantes terrestres que quedan en Belzagor, encabezados por la esposa de Kurt, y a los hedonistas turistas que lo visitan: clara representación de el espíritu dionisiaco, de Dionisio, dios de la orgía, de la desmesura, la embriaguez mística y la anulación de la conciencia personal, es la moral de los esclavos.
La voluntad de evolucionar lleva a Gunderser a realizar la ceremonia de trascendencia de los Nildores; ceremonia donde se trasforma en un ser emocionalmente superior. La prueba final del proceso de trasformación es la aceptación del resultado final del cambio como representación del eterno retorno de las cosas, es decir, asumir que han de volver a acontecer los sucesos del pasado. Es la prueba más dura a la que se enfrenta la voluntad de poder. Desear no sólo las cosas buenas sino también las “malas” y “negativas”. La idea clave del eterno retorno es la repetición, el ciclo que se ejecuta una y otra vez, sin que nada apunte hacia un estado final.

El final del viaje es la consecución de una nueva etapa de existencia: El superhombre. El superhombre es una figura colectiva, símbolo de todos aquellos dispuestos a realizar la transmutación de los valores y apropiarse de todos los valores de la condición humana. No es un ser superior al hombre, sino un hombre que vive su vida como “artista trágico”, según la propia definición de Nietzsche. El superhombre es la coronación de un proceso de trasformación espiritual. Ha comprendido la disolución de los valores tradicionales, no se engaña.

El final de la novela presenta a Gunderser trasformado en una figura mesiánica con la intención de redimir todos los pecados de sus congéneres, ayudarlos a conseguir la tan deseada evolución moral y espiritual que debe elevar a la raza humana a un nivel superior de existencia.

Así entiendo yo Regreso a Belzagor y así lo cuento. No tengo dudas sobre la influencia de Nietzsche en esta novela. Para lo que no encuentro respuestas es para el porqué la escribió y qué significa esta novela en su carrera literaria.

No conozco en profundidad la obra de Silverberg, prometo ponerme al día, para opinar sobre el significado de Regreso a Belzagor. ¿Significaba un cambio en la obra de Silverberg? ¿Un cambio en la propia literatura de ciencia ficción? Quién sabe, lo cierto es que después de haber leído Regreso a Belzagor tengo la sensación de haber descubierto uno de los más grandes escritores de ciencia ficción, y no sólo de ciencia ficción; Silverberg, al igual que Gundersen, también consigue trascender a un nivel superior en esta novela.

OTRAS VISIONES.

El rincon de Nacho

De Leyenda

El Kraken

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece un gran análisis de la novela y, aunque te parezca extraño, novedoso. No lo había visto hasta ahora relacionado con Nietzsche y los vínculos que estableces son cojonudos.

De esta época (finales de los 60, comienzos de los 70) "Regreso a Belzagor" guarda semejanzas con prácticamente la mayoría de las obras de Silverberg, aunque a bote pronto las que mejor se acercan al esquema que describes son "Alas nocturnas" y "Tiempo de cambios", viajes iniciáticos que conducen a un personaje con tintes mesiánicos a un nivel superior de existencia.

Lo curioso es que una década más tarde, cuando volvió a la ciencia ficción después de cuatro años sin escribir y parir cientos de páginas de fantasía pajera, cambió radicalmente el discurso. Esa trascendencia-fusión con el resto de seres sintientes del universo que está también presente en la notable "Tom O'Bedlam" o la mediocre "La faz de las aguas" no se veía con el mismo "optimismo" o "esperanza" sino con miedo, angustia, huida...

La obra de Silverberg contiene diversos niveles de lectura y a mi me sigue pareciendo maravillosa.

Toniluro dijo...

Gracias por el comentario :)

La relación con la filosofía de Nietzsche me parecía tan evidente conforme avanzaba en la lectura que no he podido evitar dedicar la reseña a hacer una comparativa entre el argumento que teje Silverberg y los conceptos de Nietzsche que se adaptan como un guante a la novela.

No me parece tan novedoso si tenemos en cuenta que Zaratustra tiene mucho que ver con la Biblia, por lo tanto con lo mesiánico, tema apuntado de manera repetitiva en cualquier comentario sobre Regreso a Belzagor. Aunque creo que Silverberg va un poco más allá del mensaje simplemente moral y redentor.

Tengo en la Pila desde hace poco Tom O'Bedlam, que caerá en breve. Tengo curiosidad por ver ese cambio hacia lo negativo que cuentas. Si es así, tal vez se parezca en algo al mensaje de Un Mundo Feliz de Huxley; el nihilismo negativo, es decir, la antítesis de lo que experimenta Gundersen.

Coincido plenamente con lo de las multiples lecturas de Silverberg. Apasionante como pocos.

Saludos.

Farseer dijo...

Pues no sé, a mí es que se me atragantan estos finales tan místicos, salvo que estén muy bien hechos e inspirados, cosa que no me pareció que fuera el caso. Supongo que es cuestión de gustos.

La novela está bien, en cualquier caso, es sólo que no me pareció una obra maestra.

Anónimo dijo...

People should read this.

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